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¿Quién inventó las ambulancias?

   Desde los tiempos más remotos, para transportar heridos de guerra o muertos se ha­bían utilizado camillas de caña, carretas tiradas por animales o camastros por­tátiles. Sin embargo, en 1792, el cirujano francés Dominique Jean Larrey al ver que sus pacientes mo­rían en el camino entre sus casas y el hospital, ideó un coche jalado por caballos al que le adaptó una espe­cie de cama. Así nacieron las primeras ambulancias. Poco tiempo después, el barón de Percy concibió la ambulancia Wurst o en "salchicha", que consistía en un carruaje largo en el que los enfermos iban sen­tados a horcajadas sobre un travesaño.
   Pero no fue sino hasta co­mienzos del siglo XX, con la llegada de los primeros vehículos de motor, que las ambulancias ganarían en velocidad y comodidad.

El Arco de Triunfo de París


   Desde lo alto del Arco de Triunfo, construcción de 50 metros que se le­vanta en el centro de la plaza de la Estrella, se contempla una de las más bellas perspectivas de la capital francesa.
   En el centro de la plaza de la Estrella se levanta un arco de triunfo. Construi­do entre 1806 y 1836, según los planos de Chalgrin y bajo las órdenes de Napo­león I, este monumento aspira a simbo­lizar las glorias militares de Francia. Los restos mortales de Napoleón I y de Victor Hugo pasaron bajo su gran arco; los de Foch, Joffre, Lyautey, Leclerc y de Latiré de Tassigny fueron expuestos allí durante veinticuatro horas. Un sol­dado desconocido, modesto héroe anó­nimo de la guerra de 1914-1918, está enterrado bajo el arco de triunfo y sobre sus cenizas arde una llama que no se apaga jamás.

MARTE (Ares)

   Según la mitología, se cree que Marte era el Ares griego, dios de la guerra. No obstante, Marte fue esencialmente un dios romano. En la literatura y en el arte se hace poca distinción entre Marte y Ares.
   La mitología sostiene que era hijo de Juno y de Júpiter. Rómulo y Remo, que fundaron Roma, fueron sus famosos hijos mellizos. Entre sus emblemas se contaban la lanza y la antor­cha ardiente.
   En el centro de la ciudad de Roma existía un templo de Marte donde se guardaban sus sagrados venablos. En la antigua Roma, el de­ber del cónsul al estallar la guerra era sacudir los venablos de Marte al grito de "Marte, des­pierta". Si los venablos se agitaban por sí solos, esto se consideraba mal presagie.
   Tanto los meses de marzo como el cuarto pla­neta del sistema solar llevan nombres inspira­dos en el de este dios romano.

¿Quién ha sido la enfermera más famosa de la historia?

   Por primera vez en la historia, el Go­bierno británico concedía el año 1907 la Orden del Mérito a una mujer. Esta mujer se llamaba Florence Nightin­gale, pero también era conocida como El Ángel de Crimea. Y su pro­fesión era la de enfermera. Florence Nightingale había crecido en el seno de una adinerada familia de terratenientes ingleses y había recibido la esmerada educación que correspondía a una distinguida dama de la alta sociedad victoriana. Pero a la hora de elegir su futuro prefirió entregarse a la por entonces no muy considerada profesión de cuidar en­fermos, en vez de dedicarse a la vida mundana. Después de varios años de formación y aprendizaje del cui­dado de enfermos y métodos hospi­talarios, en 1853 fue nombrada superintendente de un hospital para mujeres inválidas en Londres. Pero el año siguiente, la sensibilidad de Florence Nightingale se vio afectada por las noticias aparecidas en el Times acerca de las desastrosas condiciones en que se encontraba el Hospital Militar Británico de Escútari (ciudad hoy perteneciente a Albania) con motivo de la Guerra de Crimea, y decidió presentarse vo­luntaria al Ministerio de la Guerra; precisamente, su carta se cruzó con otra del secretario del mismo depar­tamento invitándola a acudir a Escútari. Y allí se presentó Florence en unión de otras 38 adiestradas enfer­meras a finales de 1854. Su labor fue tan dura como fructífera y, desde luego, marcó un hito en la historia de la sanidad de guerra. Los desve­los (dedicaba a veces 20 horas diarias a su labor) de Florence Nightingale y su capacidad de organización die­ron como resultado, gracias también a la obtención del material adecuado a pesar de los impedimentos buro­cráticos, el conseguir que el índice de mortalidad entre los enfermos y heridos de Escútari descendiera del 42 al 2 por ciento. Su entrega a la causa de las víctimas de la Guerra de Crimea tuvo un duro precio: a consecuencia de unas fie­bres contraídas allí, quedaría per­manentemente inválida. No obstan­te, aún le quedaba por delante una gran tarea que desarrollar. Acometió una campaña de mejora sanitaria en el ejército, estableció el Hogar Nigh­tingale para formación de enferme­ras en Londres, gracias a una cuan­tiosa subvención donada por la nación, fue autora de numerosos es­tudios sobre formación de enfermeras y hospitales, y fue una ferviente de­fensora y propagandista del espíritu de la Cruz Roja Internacional. Tras una fecunda vida de entrega al prójimo, Florence Nightingale co­menzó a descansar para siempre en 1910, cuando falleció a los 90 años de edad.

¿Quién fundó la Cruz Roja?

   La batalla de Solferino había termi­nado con la victoria de las tropas de Napoleón III sobre los austríacos. Con ello, Italia, que había conse­guido la alianza con Francia, tenía la independencia prácticamente ga­rantizada. Era el año 1859. Pero en el campo de batalla, junto a la ciudad de Castiglione, más de 30.000 hombres yacían heridos, aban­donados o, en su mayoría, muertos. Aquel espectáculo impresionó profundamente a un hombre, Henri Dunant, quien ideó a partir de en­tonces el medio de humanizar y ha­cer menos atroces los efectos de la guerra.
   El suizo Henri Dunant obtuvo la co­laboración de cuatro hombres de prestigio: el general Henri Dufour, el abogado Gustave Mognier y los médicos Théodore Mannoir y Louis Appia. Los cinco fundaron en 1863 un organismo que llamaron Comité Internacional y Permanente de So­corro a los Heridos Militares, con un emblema que más tarde daría un nuevo nombre y una proyección uni­versal a la organización: una cruz
roja sobre fondo blanco. La sede se estableció en Ginebra, donde al año siguiente tuvo lugar la primera Con­vención de la organización. En ella se acordó, por parte de todos los gobiernos representados, res­petar a las personas y ambulancias que exhibieran el emblema, como un equivalente de neutralidad. El objetivo de auxilio a los militares heridos se amplió sucesivamente, y con motivo de posteriores Conven­ciones de Ginebra, a la condena de crímenes, torturas, represalias, de­portaciones, etc., estableciéndose también un código de condiciones según las cuales deben ser tratados los combatientes prisioneros. Actualmente, la Organización In­ternacional de la Cruz Roja (cuyo emblema en los países árabes y Ja­pón es, respectivamente, una media luna y un sol rojos) cumple, sobre todo, con misiones de carácter civil, pero sin haber abandonado el es­píritu de solidaridad humana con que Henri Dunant la concibió ante el dantesco espectáculo de Solferino. Henri Dunant obtuvo el primer Pre­mio Nobel de la Paz, que fue con­cedido en 1901.

Los orígenes del radar

   Todos conocemos el divertido fenómeno del eco. Cuando se emite un sonido breve delante de determinados obstáculos si­tuados a cierta distancia —muro, acanti­lado, pared rocosa—, el sonido llega nueva­mente al oído al reflejarse la onda sonora en el obstáculo del mismo modo que un rayo luminoso en un espejo. La medida del tiempo transcurrido entre la emisión sonora y la recepción del eco corresponde al tiempo que ha necesitado la onda en su viaje de ida y vuelta. Fá­cilmente se puede deducir así la distancia a que se encuentra el obstáculo reflector. Como el sonido recorre en el aire unos 340 m por segundo, si el tiempo medido es, por ejemplo, de un segundo y medio, el trayecto de ida y vuelta de la onda so­nora habrá sido de 510 m y el obstáculo se hallará a 255 m.

   Si sustituimos las ondas sonoras por on­das electromagnéticas —muy cortas, para que puedan reflejar como la luz—, tenemos el principio del radar.

   Aunque el principio es muy sencillo, su realización es difícil.

¿Cómo actúa una bomba atómica?


   Igual que en un reactor nuclear, pero sin intervenir ningún control y con una violen­cia instantánea, en la explosión de una bomba atómica se produce una reacción en cadena. Para provocarla, basta reunir bruscamente en el artefacto, por medio de un detonador, dos trozos de un ele­mento físil (que sólo puede ser un elemen­to pesado: uranio o plutonio) y cuyo con­junto supera una determinada masa críti­ca, del orden de los 10 kg. La potencia de la bomba A es enorme, ya que equivale a la de varias decenas de millares de tone­ladas de trinitrotolueno, explosivo muy temido.
   La explosión de una bomba termonuclear ("encendida" por una bomba atómica) si­gue un proceso completamente distinto. No se produce fisión de elementos pesa­dos, sino fusión de elementos ligeros: hidrógeno o tritio (isótopo del hidrógeno). Esta fusión provoca la formación de helio y es acompañada por una liberación de energía mucho más considerable que en el caso de la bomba A: la potencia de una bomba termonuclear, o bomba de hidró­geno, es mil veces mayor que la de la bomba atómica actual, que supera los efectos apocalípticos de los artefactos que estallaron sobre Hiroshima y Nagasaki. ¿Cuáles son estos efectos? Son tan variados como terribles. En primer lugar, la explosión produce un relámpago que ciega instantáneamente a cualquiera que la mire o mantenga los ojos cerrados dirigidos hacia ella. Al mis­mo tiempo, actúa la terrorífica ráfaga pro­ducida por la expansión, que puede des­truir los edificios circundantes en un radio de 1 km, mientras que, en la misma ex­tensión de terreno, todo es aniquilado y consumido. En un radio de 10 km se pro­ducen también muchos daños. Después de la explosión, se desencadenan radia­ciones mortales. Además, un gran nú­mero de cuerpos formados en el transcur­so de la fisión se vuelven radiactivos y producen lluvias radiactivas, largo tiempo contaminadoras.

¿Con qué se ganó la Segunda Guerra Mundial?

   En realidad, la Segunda Guerra Mundial fue ganada por los bombarderos. Estos aviones podían destruir fábricas y aun ciudades. El Vickers Wellington, fue un bombardero de tamaño medio, que quizás dio el servicio más prolongado que ningún otro en la guerra. El B-17, es el más grande, ayudó a terminar la guerra con Alemania, de­bido al enorme daño provocado por su enorme capacidad de transporte de bombas.

Fortaleza Volante B-17

Bombardero B-17



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Historia de los explosivos

   Uno de los primeros explosi­vos fue la pólvora, y su invención produjo muchos cambios en el mundo. Desde que se usa la pólvora en las batallas, los hom­bres se han esforzado por encontrar explo­sivos cada vez más potentes para usarlos con fines bélicos.
   Pero no debemos pensar que los explo­sivos sólo se emplean en la guerra. Hay trabajos que requieren del uso de explosi­vos, tales como la minería, la construcción de túneles y el desmonte y nivelación de terrenos. Además, los motores de gasolina funcionan mediante una serie de pequeñas explosiones; el material explosivo, en este caso, es una mezcla de aire y gasolina.
   Con frecuencia, la combustión rápida produce una explosión por la fuerte ex­pansión de gases. Otras veces, se produce la explosión por la división de los elemen­tos de un cuerpo compuesto; por ejemplo, para que el yoduro de nitrógeno haga explosión es bastante el roce de una pluma.
   Como el yoduro de nitrógeno, muchos explosivos contienen este elemento. Ello se debe a que el nitrógeno no se combina fácilmente a otros elementos, y cuando forma parte de ellos, resulta un elemento "inestable" que fácilmente se escapa cau­sando una explosión.
   La dinamita, el TNT (trinitrotolueno) y la nitroglicerina son tres de los explo­sivos más conocidos y usados.

¿Cómo se usaron los primeros aviones caza?

   Los aviones de caza de la Primera Guerra Mun­dial, fueron máquinas mejor acondicionadas y compactas que los bombarderos difíciles de manejar. En el primer año de la guerra, los anticuados generales desconfiaron de estas máquinas por lo que, al principio, los aviones de guerra se emplearon sólo para espiar las líneas enemigas —para reconocimiento.
   El avión de combate británico fue el RES. Se usó durante la guerra en misiones de reconocimiento, llevaba una ametralladora para pelear con los aviones alemanes que lo atacaran. Entre los más fa­mosos de éstos, se tiene el otro avión de com­bate, que es el Fokker Dr 1, el avión de combate en el que voló uno de los más grandes "ases" de la Primera Guerra Mundial, Manfred von Richthofen, "El Barón Rojo".

¿Cuándo combatieron por primera vez los acorazados?



   Esta escena de guerra de 1862, muestra la primera batalla real entre barcos de guerra totalmente metálicos, o acorazados. El más grande de estos monstruos metálicos pertene­cía a la marina del Sur en la Guerra Civil Esta­dounidense. El otro acorazado (que parece "una caja de queso sobre una balsa"), pertenecía al Norte. Cada uno de estos desmañados contrin­cantes fueron blanco estable entre sí. Con to­do, de hecho, ninguno logró operar de tal forma que hiciera mucho daño al enemigo y la batalla terminó en "tablas".

¿Cuándo se desarrollaron los aviones de combate?


   Los primeros aeroplanos volaron satisfactoria­mente en los primeros años del sigo XX. Eran aparatos endebles, con apariencia de estructuras hechas de cartón y cuerdas. Pero la Pri­mera Guerra Mundial originó la demanda de aviones más fuertes y confiables. Por primera vez, la gente descubrió que los aeroplanos podían usarse para la guerra. El avión de la derecha es un bombardero italiano Caproni de 1917-18. El de la parte inferior es de caza inglés de 1915, el Vickers Gunbus.


Vickers Gunbus





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¿Qué eran los acorazados?

   Los navios antiguos estaban hechos principal­mente de madera, mientras que los nuevos barcos de vapor se construyeron de acero, en especial los nuevos barcos de guerra. Estos necesitaban metal resistente y más fuerte pa­ra poder resistir el impacto de los fuertes ex­plosivos de los cañones modernos. Al primero de los nuevos barcos de guerra se le llamó acorazado, debido a su pesada armadura de metal. El barco de guerra abajo, se construyó casi 50 años después que los primeros acorazados. Es el barco de guerra HMS Dreadnought, orgullo de la marina britá­nica al principiar la Primera Guerra Mundial. Disparaba pesadas granadas de 28 centíme­tros de diámetro que podían perforar las arma­duras, y podía navegar a la velocidad de 22 nudos (40 Km) por hora. Pero aún, estos gran­des barcos de guerra se encontraban amenazados por mortíferos submarinos, los que podían echarlos a pique fácilmente.


Acorazado HMS Dreadnought




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¿Cuándo apareció el tanque de guerra?


   El tanque de guerra se empleó por primera vez en combate el 15 de septiembre de 1916 durante la ofensiva británica en el Somme, Francia, y a partir de ahí se fue perfeccionando. La idea original (del ejército británico) era construir un vehículo blindado con un sistema de tracción todo terreno sobre una cadena de oruga, equipado con ametralladoras, capaz de cruzar cualquier trinchera, pues éstas hacían fracasar los asaltos convencionales a pie o en otro tipo de vehículos. En la década de 1970, la División de Sistemas Terrestres de la General Dynamics diseñó uno de los modelos más eficaces en escenarios de guerra, el Abrams M, entregado al Ejército de Estados Unidos en 1978 con el nombre del general Creíghton W. Abrams, quien co­mandó el 37 Batallón blindado. Este tipo de tanques brinda fuego de apoyo a unidades de tierra y puede enfrentar vehículos enemigos de cualquier blindaje. Su alta tecnología permite a sus sistemas de guías termales y de radio combatir de día y de noche en todos los climas, sin perder efectivi­dad. En su evolución tecnológica, han surgido varias versiones sucesivas conocidas como MI, M1A1 y M1A2.

¿Qué avión transportó la primera bomba atómica?

   A fines de la Segunda Guerra Mundial, apareció el más grande de todos los bombarderos, la Superfortaleza Esta­dounidense B-29 "Enola Gay". Fue este enorme bombarde­ro el que transportó las bombas atómicas lanzadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshi­ma y Nagasaki, causando terribles destrozos y pérdidas de vidas provocando con ello el fin de la guerra con Japón, y con ello, el fin de la Segunda Guerra Mundial.


El Enola Gay



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¿Quién puso a punto el arma más mortífera de la historia?


   A principios de 1943, en plena Se­gunda Guerra Mundial, el Gobierno estadounidense instala en la localidad de Los Alamos una especie de super-laboratorio atómico. Se trata de llevar hasta el final el Proyecto Manhattan, un plan de investigación nuclear en el que los Estados Unidos llegarán a invertir 2.000 millones de dólares. El plan había surgido como conse­cuencia de una carta que el famoso físico Albert Einstein había escrito al presidente Roosevelt recomen­dándole que Estados Unidos se ade­lantara a Alemania en la construcción de un arma atómica. La Administra­ción y los altos mandos militares norteamericanos no desoyeron el consejo y fueron movilizados todos los hombres de ciencia del país, a los que se vinieron a sumar numerosos y valiosísimos científicos procedentes de los países ocupados por los ale­manes o perseguidos por su ideolo­gía o por su raza judía. Jamás en la historia se había dado una concentración de cerebros semejante puesta al servicio de un mismo objetivo. Ahora, en Los Alamos (Nuevo Mé­xico), se trataba de poner a punto definitivamente el arma capaz de acabar con la guerra. Al frente del selecto equipo de científicos de toda procedencia estará Julius Robert Oppenheimer, un físico eminente que estudió en Harvard, Cambridge y Gotinga y es profesor de la Univer­sidad de California. El equipo que dirige Oppenheimer, trabaja rápido: en dos años está lista la bomba. El 16 de julio de 1945, en el desierto de Alamogordo, a unos 320 km de Los Alamos, y en una operación rodeada del máximo secreto, se hace explotar la primera bomba atómica; la explosión produjo una bola de fue­go de unos 150 metros de radio, que fue adquiriendo diversas coloraciones y que se elevó en imponente colum­na de humo denso a una altura de más de 13 km. Algunos de los cientí­ficos renegaron de su obra a la vista del destructivo experimento, pidien­do que nunca fuera utilizada. Pero ya era demasiado tarde. La decisión estaba tomada, y veinte días después, el 6 de agosto de 1945, caía sobre la ciudad japonesa de Hiro­shima la primera bomba atómica utilizada en la guerra. Hiroshima que­dó arrasada; en el momento de la ex­plosión murieron más de 100.000 per­sonas, número que luego aumentaría hasta 250.000. Tres días después, otra bomba similar caía sobre la ciu­dad de Nagasaki. Prácticamente, el Japón abandonó la lucha y el 2 de septiembre firmó su rendición. Ello significó el final de la Segunda Guerra Mundial, pero el comienzo de una preocupación entre los científi­cos y políticos de las grandes poten­cias por la necesidad de poner el átomo al servicio exclusivo de la paz.

Las Termópilas


  Termópilas (Grecia). En este angosto desfiladero que conduce del norte al centro de Grecia, el rey Leónidas de Esparta sos­tuvo la famosa lucha contra el poderoso ejér­cito de Jerjes de Persia el 480 a. de C. Con 300 espartanos y otras fuerzas griegas, cerró el paso, hasta que el traidor Enaltes, de Te­salia, mostró a los persas la llamada Anopea, un sendero por donde podían atravesar las montañas sin peligro alguno, lo que les per­mitió atacar a los espartanos por la retaguar­dia. Viéndose perdido, Leónidas ordenó la retirada de las demás tropas griegas y se que­dó allí con 300 espartanos, que sacrificaron sus vidas para proteger la retirada del resto de las tropas. Leónidas y los suyos sucumbie­ron en la lucha. En este mismo lugar, el 279 a. de C., los griegos mantuvieron a raya a un ejército de galos, hasta que éstos también encontraron paso a través de las montañas; y en el 191 a. de C., los ro­manos derrotaron a Antíoco II de Siria. Durante la segunda Guerra Mundial, lucharon alemanes y britá­nicos en este histórico lugar (desde el 20 al 25 de abril de 1941; la lucha se decidió a favor de los primeros.
  Termópilas significa puertas calientes y el nombre se deriva de los manantiales de aguas termales que se encuentran en sus cercanías; sus aguas son de color verde azulado y contienen cal, sal, ácido carbónico y anhídrido sulfuroso; se les atribuyen propiedades curativas en los casos de escrófula, ciática y reumatismo. El paso, que se encuentra entre el monte Oeta y el mar, no es hoy tan estrecho como en tiem­pos pasados, porque con el deslave de las lluvias y los arroyos cercanos, se ha formado hacia el lado del mar una planicie. Aún pueden verse allí las ruinas de un antiguo baluarte.

¿Quién obtuvo por primera vez energía atómica por una reacción en cadena?


   Gran parte de todo lo que es y su­pone hoy la física nuclear no hu­biera sido posible sin Enrico Fermi, cuyas aportaciones a este campo de la ciencia sobrepasan con mu­cho las de otros investigadores contemporáneos y colaboradores suyos. Enrico Fermi, nacido en Ro­ma en 1901, era ya a los veintiséis años profesor de Física de la Univer­sidad de Roma, tras haber sido agregado en la de Florencia, y al frente de un gran grupo de colabo­radores hizo de la capital italiana uno de los centros de investigación más importantes del mundo. A partir de 1932, Fermi, quien hasta entonces había estudiado preferen­temente la mecánica del interior del átomo, dando a conocer la teoría que se llamó estadística de Fermi, comenzó a enfocar sus experimen­tos sobre el núcleo del átomo. Des­cubrió en 1934 el neutrino, partícula cuya existencia demostró matemá­ticamente a partir de la desintegra­ción de los núcleos, y más adelante demostró que se podían producir átomos radiactivos en casi todos los elementos mediante el bombardeo con neutrones, experimento que se conoce como radiactividad artificial o efecto Fermi. Por sus descubri­mientos en el terreno de la física del neutrón le fue concedido a Enrico Fermi el Premio Nobel de Física el año 1938.

¿Quién inventó la pólvora?

   Una mezcla de polvo negruzco, com­puesta de salitre, azufre y carbón, empezó a revolucionar, a partir del siglo XIV, todo lo que hasta enton­ces se entendía por armamento y por arte de la guerra. La aparición de la pólvora determinó la creación de las armas de fuego, y éstas pron­to impusieron su ley en los campos de batalla, donde al fragor del acero se vino a sumar el estampido ensor­decedor, el olor y el humo que producía aquel invento diabólico. Nace la artillería, los arcabuces sustituyen a las lanzas y picas, se revoluciona la caza, las minas encuentran un poderoso auxiliar en los explosivos y los festejos ven surgir un nuevo arte: la pirotecnia. Aunque la pólvora era ya conocida en Europa en el siglo XIII, como lo demuestra una carta del sabio fran­ciscano Roger Bacon, en la que habla de los ingredientes necesarios para producirla y de sus propieda­des detonantes, no fue utilizada de forma generalizada para el funcio­namiento de las armas de fuego hasta que éstas fueron introducidas por los árabes, en sus luchas contra los cristianos en España. A fines del siglo XIV, las armas de fuego empe­zaban a ganar terreno en todos los ejércitos.
   Sin embargo, la pólvora había sido inventada bastante antes. Las le­yendas afirman que los chinos la empleaban desde tiempos muy re­motos, y desde luego consta que en China se empleaba en el siglo XI pa­ra propulsar rudimentarios cohetes. Y también consta que los chinos eran muy aficionados a los fuegos artificiales desde tiempos inmemoria­les. Si los chinos conocían las facul­tades destructivas de la pólvora, al menos no la emplearon con ese fin. Por el contrario, el empleo predomi­nante que Occidente hace de ella nada tiene de pacífico. La mezcla de carbón, azufre y salitre (o nitrato potásico) se convierte en un instrumento de poder y de conquista. Gra­cias a las prodigiosas armas de fue­go (que quizá nunca llegara a imagi­nar el chino que inventó la pólvora) la inmensa América sería conquista­da por un puñado de hombres, ante el asombro, el pavor y la impotencia de los indígenas.

Origen de la Caballería

LA CABALLERÍA

UNA de las singularidades más sor­prendentes de la historia de Europa ha sido que la rudeza y belicosidad de los señores medievales — tantas veces des­atadas en guerras estériles— hayan podido encauzarse al servicio de un ideal caballeresco, generoso y noble.
Imprimiéndoles principios de devo­ción cristiana, logró la Iglesia someter aquella pujanza a ciertas condiciones. Por de pronto, el valor de un caballero cristiano no podía estar en pugna con los preceptos de la religión; al contra­rio, debía defenderlos. Esto suponía un compromiso y una honrosa misión que la Iglesia formalizó con las órdenes de caballería, sometiendo a los candidatos a cierta iniciación solemne y a un régimen especial de conducta "caballeresca".