Todos conocemos el divertido fenómeno del eco. Cuando se emite un sonido breve delante de determinados obstáculos situados a cierta distancia —muro, acantilado, pared rocosa—, el sonido llega nuevamente al oído al reflejarse la onda sonora en el obstáculo del mismo modo que un rayo luminoso en un espejo. La medida del tiempo transcurrido entre la emisión sonora y la recepción del eco corresponde al tiempo que ha necesitado la onda en su viaje de ida y vuelta. Fácilmente se puede deducir así la distancia a que se encuentra el obstáculo reflector. Como el sonido recorre en el aire unos 340 m por segundo, si el tiempo medido es, por ejemplo, de un segundo y medio, el trayecto de ida y vuelta de la onda sonora habrá sido de 510 m y el obstáculo se hallará a 255 m.
Si sustituimos las ondas sonoras por ondas electromagnéticas —muy cortas, para que puedan reflejar como la luz—, tenemos el principio del radar.
Aunque el principio es muy sencillo, su realización es difícil.
En 1928, Fierre David experimentó el primer dispositivo que permitía producir y registrar los ecos radar. Logró detectar el paso de aviones sobre Le Bourget hasta una altura de 5 000 m. Otro investigador francés, Maurice Ponte, sería quien, en colaboración con Henri Gutton, dotaría al radar de lo que todavía le faltaba: un potente generador de oscilaciones eléctricas de muy alta frecuencia que produjera ondas de longitud muy corta: el magnetrón. Éste está compuesto de un electroimán que actúa sobre los electrones.
Ya en 1934, Maurice Ponte y Henri Gutton hicieron pruebas, a bordo del Oregón, de un aparato equipado con un magnetrón que presentaba todas las características del radar actual y que les permitió detectar la costa hallándose en alta mar, a 10 km de Dunkerque.
El radar representaría pronto un papel histórico en la defensa antiaérea de Inglaterra e influiría considerablemente en la evolución de la guerra. Recibió su nombre en Inglaterra: fue bautizado radar, abreviación de las palabras inglesas radio detection and ranging, que puede traducirse por "detección y medida de la distancia por medio de ondas radioeléctricas". El eco radar se obtiene como sigue: Se dispone de una antena parabólica, direccional, que envía sobre el objeto un haz estrecho de ondas radioeléctricas, por impulsos muy breves. Después de ser reflejadas, las ondas captadas por la misma antena llegan a un receptor. En la pantalla fluorescente de un osciloscopio catódico, conectado entre el emisor y el receptor, las desviaciones resultantes del punto de exploración luminoso facilitan las informaciones esperadas. Los radares panorámicos de antena giratoria pueden, incluso, dar en la pantalla una imagen completa de una región del espacio.