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El Patio de los Leones



   Sobre una colina que domina la ciudad de Granada, los antiguos reyes moros que conquistaron España construyeron el palacio fortaleza de la Alhambra.
   El nombre árabe de la Alhambra, "al-Hamra", significa "la roja". Este nombre provendría del color dominante en mu­ros y tejados. Este castillo rojizo, re­cinto fortificado y palacio, ofrece en su aspecto exterior una apariencia de soli­dez. Sin embargo, la decoración y las perspectivas interiores rivalizan en gra­cia, armonía y belleza. Los patios son numerosos: el de los mirtos con estanques alargados, el de Mexuar con su pavimento de mármoles y, sobre todo, el maravilloso patio de los Leones, el más refinado monumento del arte hispanomusulmán. Ciento veinticuatro co­lumnas de mármol blanco bordean di­cho patio. Y doce leones, en el centro, sostienen un pesado pilón, que recoge la caricia de un esbelto surtidor.

El palacio de Schönbrunn



   Equivalente histórico del palacio de Versalles, el de Schónbrunn, en Viena, fue la suntuosa residencia de los emperadores austríacos y el pun­to de reunión de la corte.
   En el siglo XIX, Schönbrunn estaba to­davía aislado en pleno campo, pero el progresivo crecimiento de Viena acabó por absorberlo. El castillo recuerda, en menores dimensiones, el de Versalles, con su parque, sus estatuas y sus lagos y fuentes. Los jardines de estilo francés de Schönbrunn estaban abiertos al público, incluso cuando los emperado­res, en los meses de verano, residían en el castillo, acompañados de los altos dignatarios de la corte y de un verdade­ro ejército de sirvientes. Napoleón I estableció en el castillo su cuartel gene­ral en dos ocasiones, en 1805 y en 1809; y su hijo, el duque de Reichstadt, de sobrenombre "el Aguilucho", murió en Schónbrunn en 1832. El emperador austríaco Francisco José I nació en el castillo en 1830.

El alcázar de Segovia



   El actual alcázar de Segovia, reconstruido en 1882 tras el incendio sufri­do en 1862, que le causó graves daños, ocupa el lugar de la antigua forta­leza que dio origen a la ciudad castellana.
   Como una incomparable atalaya ergui­da frente al severo campo de Castilla y sobre una gigantesca roca cortada a modo de proa, se presenta el alcázar a la vista, desde la parte baja de Segovia. Se cree que el primitivo alcázar, como el acueducto, fue edificado por los ro­manos; y que después también los ára­bes dejaron en él su huella. Pero, en realidad, los primeros datos históricos se remontan a la época de Alfonso VII el Emperador. Las proporciones de su fábrica y la originalidad de su estilo ha­cen de él el monumento militar más airoso de España. En 1764, Carlos III instaló en él el Real Colegio de Artille­ría, que, tras haber sido destruido por un incendio en 1862, tardó veinte años en ser reconstruido total y definitiva­mente.

El palacio de los Papas


   Huyendo de la inseguridad reinante en la Italia del siglo XIV, siete papas correlativos vivieron en un inmenso palacio feudal, que ellos mismos or­denaron construir y posteriormente ampliar en Aviñón, en el sur de Francia, junto a las riberas del Ródano.
   El palacio de los Papas es, seguramen­te, uno de los más vastos castillos feu­dales que existen. Fue edificado entre 1334 y 1662 bajo el impulso de Bene­dicto XII. Clemente VI e Inocencio VI. Fortaleza y palacio al mismo tiempo, fue durante casi un siglo residencia de los papas. Protegido por gruesas mura­llas de acuasada verticalidad, y por altas torres almenadas de una altura superior a los 50 metros, encierra gran cantidad de salas, capillas y corredores. En este palacio gótico provenzal situó Daudet la acción de su divertido episodio "la mula del papa", en los tiempos remotos en que allí residían los llamados papas de Aviñón.

El Arco de Triunfo de París


   Desde lo alto del Arco de Triunfo, construcción de 50 metros que se le­vanta en el centro de la plaza de la Estrella, se contempla una de las más bellas perspectivas de la capital francesa.
   En el centro de la plaza de la Estrella se levanta un arco de triunfo. Construi­do entre 1806 y 1836, según los planos de Chalgrin y bajo las órdenes de Napo­león I, este monumento aspira a simbo­lizar las glorias militares de Francia. Los restos mortales de Napoleón I y de Victor Hugo pasaron bajo su gran arco; los de Foch, Joffre, Lyautey, Leclerc y de Latiré de Tassigny fueron expuestos allí durante veinticuatro horas. Un sol­dado desconocido, modesto héroe anó­nimo de la guerra de 1914-1918, está enterrado bajo el arco de triunfo y sobre sus cenizas arde una llama que no se apaga jamás.

El pequeño Trianón


   En el gran parque del palacio de Versalles, lejos de la agitación y las intrigas de la corte, María Antonieta, reina de Francia, se refugiaba, en busca de calma, en el denominado pequeño Trianón.
   Por encargo del rey Luis XV, el arquitec­to Gabriel construyó el pequeño Trianón entre 1762 y 1768. El rey lo utilizó para descansar del esplendor de Versalles. Luis XVI regaló el encantador castillo en miniatura a María Antonieta, que lo de­coró lujosamente y pasó algunas tem­poradas en él, huyendo de la esclavitud de la corte. Las armoniosas proporciones de su fachada, coronada por una baranda de estilo italiano y adornada por cuatro columnas corintias, confie­ren a este sencillo edificio una gracia extraordinaria. A dos pasos del pequeño Trianón pacían las ovejas y las vacas del "Hameau", pueblecito en el cual la reina y los cortesanos se entregaban a sus juegos campestres.

El acueducto de Tarragona



   Es uno de los más bellos monumentos romanos que se conservan en Es­paña. Está formado por dos hileras de arcos superpuestos: la inferior, de 11 arcos, y la superior, de 25.
   Entre la gran cantidad de restos roma­nos que se han hallado en las cercanías de Tarragona destaca el bello acueducto —llamado vulgarmente Puente del Dia­blo o de las Perreras—, que sostenía par­te de la conducción de aguas proceden­te del río Gaya, a 25 kilómetros de Tarragona. Dichas aguas llegaban a la ciudad a través de una galería subterrá­nea de mampostería y cemento y, para salvar un valle que hallaron en su traza­do, los constructores hicieron continuar la conducción sobre un hermoso puente de dos líneas de arcos superpuestos. En la actualidad, las dimensiones del acue­ducto son de 217 metros de longitud por cerca de 24 de altura -en el centro-; el número de sus arcos es de 25 en la parte superior y 11 en la inferior.

La torre de Giralda


   La Giralda brinda el curioso testimonio de la alianza de dos estilos de arquitectura religiosa española: musulmán y católico. Con sus 97,50 metros de altura, la Giralda domina toda Sevilla.
   La Giralda es el alminar de una antigua mezquita construida en el siglo xn por el emir Abu Yacub. Los marroquíes cons­truyeron en el mismo período la famosa Kutubia de Marrakech, que es una her­mana gemela de la Giralda. Esta es una torre cuadrada de 13 metros de lado, muros de ladrillo de un grosor de 2,5 metros con elegantes ventanales. En el interior, una suave rampa permite la ascensión hasta los 70 metros. Un gra­cioso campanario barroco de cinco pi­sos (y 24 campanas) corona la torre ára­be. Y en lo más alto, una estatua de bronce de 4 metros, que, a pesar de sus 1 288 kilos, gira levemente como una veleta, y que es la que ha dado a la torre su nombre de "Giralda".

El "Stephansdom"


   Viena, la capital de Austria, posee, en el centro de su perímetro urbano, la maravilla arquitectónica de la catedral de San Esteban, denominada por los vieneses "Stephansdom".
   Dañada en varias ocasiones, pero siem­pre hábilmente restaurada, la célebre catedral de San Esteban sigue en pie con su torre gótica de 137 metros, una de las más altas del mundo, desde la cual se domina toda la ciudad y al fondo los viejos campos de batalla de Essling y Wagram. Los soldados napoleónicos utilizaron esta torre como puesto de observación. La puerta central de la iglesia es conocida por "la puerta de los gigantes", alusión a un hueso enor­me, una tibia gigantesca, descubierta cuando la construcción del templo. Di­cho hueso estuvo colgado en el marco de la puerta hasta que se descubrió que el misterioso gigante había sido... un mamut prehistórico. La catedral de Stephansdom, lo mis­mo su fachada que su interior, despierta la admiración de los visitantes.

El alcázar de Sevilla




   Es un antiguo palacio almohade que Fernando III convirtió en residencia y fue reformado por Pedro el Cruel, hacia 1364. Aunque de mérito infe­rior a la Alhambra de Granada, es de una gran belleza.
En primer lugar, llama la atención la robustez y altura de las murallas que rodean sus palacios. Y en su interior, los azulejos, capiteles mauritanos, artesonados mudéjares, arcos de herradura, lazos berberiscos, bóvedas de estalacti­tas y armoniosos jardines. Puede afir­marse que el alcázar sevillano posee, en gran parte, un atractivo similar al de la Alhambra granadina, que sin duda se debe a la misma escuela de arquitectos mudéjares. Su Salón de Embajadores es una de las más hermosas muestras de la arquitectura oriental en España. Des­pués de la reconquista de Sevilla sirvió de palacio a Fernando III y a sus suce­sores, hasta que Pedro I ordenó su re­construcción. Fue gravemente dañado por un terremoto en 1755 y no fue re­construido hasta el reinado de Alfonso XII.

La pirá­mide del Sol


   En el valle de México, a 40 kilómetros de la capital, existe el lugar denominado Teotihuacán, nombre que en ná­huatl quiere decir "lugar habitado por los dioses". En el mismo se levantan dos grandes pirámides dedicadas respectivamente al Sol y a la Luna.
   Teotihuacán fue una ciudad vastísima, contemporánea de la Roma antigua. El escenario de sus ceremonias religiosas contaba con numerosos monumentos de gigantescas proporciones. Todos te­nían la misma orientación que la pirá­mide del Sol, levantada sobre un zócalo de 225 metros de lado (base de pareci­das proporciones a la de la pirámide egipcia de Cheops) y coronada además por un templo. Todavía se eleva a 63 me­tros de altura y su volumen en piedra y ladrillo no es inferior a 1 000 000 de m3. Como otros monumentos de Teotihua­cán. fue recubierta de tierra para que los conquistadores españoles no descu­brieran su existencia. Fue restaurada entre 1905 y 1910.

La Torre del Oro


   La Torre del Oro de Sevilla es un monumento almohade de comienzos del siglo XII que antiguamente guardaba la entrada del puerto de la capi­tal andaluza. Estuvo decorada con entrelazos y azulejos dorados, a los que debe su nombre.
   La Torre del Oro de Sevilla se alza en la margen izquierda del Guadalquivir. Fue construida en 1120 por el goberna­dor de la ciudad, Cid-Abu-el-Ola; for­maba parte de las edificaciones de de­fensa del Alcázar. Debe su nombre al curioso revestimiento de azulejos dora­dos que cubría sus paredes y que, en contacto con los rayos solares, le daba el aspecto de aquel metal.  La torre consta de tres cuerpos; el que corona el edificio es de construcción muy poste­rior. Su planta es un dodecágono y los dos cuerpos inferiores terminan en un antepecho de almenas cuadrangulares. No sólo constituye un baluarte avanza­do, sino también una perfecta defensa del puerto. En tiempo del rey Pedro I el Cruel fue testigo de sus desmanes y venganzas, y en ella se guardaron los tesoros de dicho monarca.

La Puerta de Brandeburgo



   La puerta de Brandeburgo, en el mismo centro de Berlín, es el símbolo de la capital alemana, como la Cibeles es el símbolo de Madrid.
   Antes de convertirse en la capital de Alemania, Berlín lo fue de la provincia de Brandeburgo. La belleza de la puerta que ostenta este nombre es comparable a la fachada de un templo griego. Con sus seis altas columnas estriadas, fue construida en 1788, sobre el patrón del Propileo de la acrópolis ateniense, por Langhaus, con planos de un emigrado francés llamado Charles de Gontard.
   La construcción está coronada por una cuadriga, que fue gravemente dañada en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Esta escultura, del escultor Schadow, ha sido sustituida por una copia en bronce. Bajo la puerta de Bran­deburgo comienza la más famosa aveni­da berlinesa: la "Unter den Linden" (bajo los tilos).

El castillo de Frontenac



   En una colina que domina el San Lorenzo, río canadiense, se extiende el casco antiguo de Quebec. El castillo de Frontenac surge en el centro de la población como centinela de la antigua y la moderna Quebec.
El castillo Frontenac es el símbolo de la ciudad de Quebec. Luis de Frontenac, gobernador general nombrado en 1672 por Luis XIV de Francia, fue una de las grandes figuras del Canadá, país en el cual murió en 1698. Fundada por los franceses en 1608, por iniciativa de Champlain, Quebec guarda las tradicio­nes de sus orígenes, y en la parte anti­gua de la ciudad, de callejones estrechos y tortuosos, conserva todo su viejo carácter. Centro administrativo, reli­gioso e intelectual, mantiene vivo el re­cuerdo de los religiosos, los soldados y los colonos que lucharon denodada­mente para proteger la cultura y la len­gua francesas. La parte alta de la ciudad demuestra que Quebec sabe también adaptarse al ritmo de la vida moderna.

La iglesia de Grundtvig


   En la parte noroccidental de la capital danesa, Copenhague, en la isla de Seeland, puede admirarse la singular fachada de la moderna iglesia de Grundtvig.
   Todos los arquitectos del mundo consi­deran la fachada de la iglesia de Grund­tvig —la Grundtvig's Kirke— como la más sorprendente traducción moderna del espíritu y las formas góticas. Su arqui­tecto, P. V. Jensen-Klint, se inspiró en el estilo de las viejas iglesias puebleri­nas, pero supo darle una estructura moderna. Construido en ladrillo y cemento, el edificio domina todas las construcciones vecinas. Las estrías ver­ticales de su fachada acentúan todavía más su esbeltez, y los tres cuerpos re­cortados evocan limpiamente las torres y la flecha tradicionales, mientras que el tímpano del pórtico y la decoración de las estrías hacen pensar en unos monumentales tubos de órgano.

La catedral de Burgos


   La catedral de Burgos es una de las principales joyas del arte gótico. En su construcción, comenzada por iniciativa de Fernando III el Santo, in­tervinieron artistas de la talla de Juan de Colonia, Simón de Colonia y Diego de Siloé.
   La construcción de la catedral de Bur­gos -asombro de las naciones, mofa del viento y de los siglos- fue iniciada en 1221 por el obispo Mauricio, bajo los auspicios del rey Fernando III. Fue abierta al culto en 1230, pero se siguió trabajando en ella durante tres siglos más. La grandeza de su disposición y la perfecta concordancia entre exteriores e interiores determinan que sea nuestra catedral gótica más representativa y majestuosa. Sus tres naves interiores están cortadas por el crucero y rodeadas de capillas, mientras que sus ventana­les ojivales filtran la luz que llega del exterior. Por otra parte, sus bajorrelie­ves, rosetones, ventanales y campana­rios son obra de artistas de la categoría de Juan de Colonia o Diego se Siloé.

La Capilla Sixtina


   En 1473, el papa Sixto IV mandó construir una gran capilla, que sigue siendo una de las joyas de la ciudad del Vaticano. Dicha capilla, dedica­da a la Virgen, ha tomado su nombre del de su fundador. Se dedica sobre todo a las ceremonias de la semana pascual.
   La famosa Capilla Sixtina, en el Vatica­no, está decorada con frescos de gran­des pintores del Renacimiento italiano. Muros y plafones del edificio—que tiene 40 metros de longitud y 26 de alto—reúnen realizaciones pictóricas de un va­lor inestimable. Botticelli, Rosselli, el Perugino, entre otros, son los autores de los frescos laterales que representan escenas del Antiguo Testamento. Pero la obra principal se debe a Miguel Ángel, que totalmente solo y durante cuatro años (1508-1512) decoró la gran bóveda con el tema del Génesis; más tarde pintó sobre el muro del fondo una extraordina­ria composición que representa el Juicio final (1534-1541), que está considerada como una de las grandes obras maestras de la pintura.

La Catedral de París


   En la hoy llamada isla de la Cité surgió Lutecia, la ciudad romana que más tarde sería París. Notre Dame, la catedral de la ciudad, obra maestra de la arquitectura gótica, se levanta en el centro de dicha isla.
   Pocas iglesias habrán sido testigos de tantos acontecimientos históricos como la catedral de París, que tiene bien me­recido el sobrenombre de "parroquia de la historia de Francia". Su construcción se inició en 1163 por Maurice de Sully; el gran cuerpo de la fábrica se terminó en 1250, y el conjunto, un siglo más tarde. Caben en ella 9 000 fieles, puesto que mide 130 metros de longitud y 48 de anchura. Sus dos torres se elevan a una altura de 69 metros y en la torre sur hay una campana que pesa 13 tonela­das; el badajo de la campana mayor pesa 488 kilos. Una flecha de 750 tone­ladas en roble recubierto de plomo, idéntica a la originaria, fue reconstruida en 1860. Su gallo de bronce domina París desde 90 metros de altura. La ca­tedral de Notre Dame encierra valiosísimos tesoros ar­tísticos.

¿Dónde se encuentra el crónlech de Stonehenge?


   Crónlech, palabra bretona, quiere decir "piedras en círculo". Los más importantes de estos "templos" prehistóricos se encuentran en Gran Bre­taña, cerca de Salisbury, en la región del Wiltshire, en un lugar deno­minado Stonehenge.
   El crónlech de Stonehenge está, forma­do por paralelepípedos pétreos dispues­tos verticalmente y en circulo y sobre los cuales descansan unas enormes pie­dras planas. El conjunto comprende dos círculos, el mayor de los cuales tiene 32 metros de diámetro. En el interior pueden admirarse cinco grupos de tres piedras (trilitos) de un peso considera­ble y de hasta 10 metros de altura.
   Actualmente, sólo queda en pie la mitad del conjunto. El crónlech francés más singular se encuentra en Er Lanic, en un islote del golfo de Morbihan: tiene forma de ocho y está sumergido, en parte, en el océano. Estas construccio­nes fueron, sin duda, templos paganos dedicados al Sol o a las constelaciones celestes.

Las pirámides de Gizeh


   Las pirámides egipcias fueron construidas para refugiar, proteger y tam­bién en cierto modo esconder las sepulturas de algunos faraones. Las tres más célebres son las que se levantan en la meseta de Gizeh, en el bajo Egipto, en las proximidades de El Cairo.
   Estas tres pirámides fueron construidas por tres faraones, Chéops, Kefrén y Mykerinos. La de Chéops era ya considerada en la antigüedad como una de las siete maravillas del mundo. Se precisaron 30 años y 100.000 esclavos, que eran relevados cada tres meses, para elevar esta montaña de piedra de 146 metros de altura y que descansa sobre una base de 233 metros de lado. La pirámide totaliza alrededor de 6.000.000 de tonela­das y la integran 2.300.000 bloques de piedra, algunos de los cuales pesan en­tre 10 y 15 toneladas. Además de las galerías que conducen a las cámaras se­pulcrales, existen otras falsas galerías destinadas a desorientar a posibles profanadores. Esta obra gigantesca ha resistido 45 siglos, pero ha sido victima de innumerables pillajes.