Es un antiguo palacio almohade que Fernando III convirtió en residencia y fue reformado por Pedro el Cruel, hacia 1364. Aunque de mérito inferior a la Alhambra de Granada, es de una gran belleza.
En primer lugar, llama la atención la robustez y altura de las murallas que rodean sus palacios. Y en su interior, los azulejos, capiteles mauritanos, artesonados mudéjares, arcos de herradura, lazos berberiscos, bóvedas de estalactitas y armoniosos jardines. Puede afirmarse que el alcázar sevillano posee, en gran parte, un atractivo similar al de la Alhambra granadina, que sin duda se debe a la misma escuela de arquitectos mudéjares. Su Salón de Embajadores es una de las más hermosas muestras de la arquitectura oriental en España. Después de la reconquista de Sevilla sirvió de palacio a Fernando III y a sus sucesores, hasta que Pedro I ordenó su reconstrucción. Fue gravemente dañado por un terremoto en 1755 y no fue reconstruido hasta el reinado de Alfonso XII.