El bosque típico de la Europa central, con su diversidad de árboles, plantas herbáceas y animales, difícilmente se compara con un campo de trigo, que es totalmente uniforme. La diferencia es aún más grande en el caso de las selvas tropicales, donde difícilmente se encuentran dos arboles de la misma especie dentro de una hectárea. Sin embargo, se puede cultivar un bosque. Esto se hace comúnmente en Europa y responde al deseo muy justificado de los guardabosques de hacerlo como se cultivan las legumbres y las frutas. Es por esto que se ha sustituido poco a poco la costumbre de favorecer algunas especies que se reproducen espontáneamente, por la de reemplazarlas por plantaciones de especies locales o exóticas. Se podría comparar, por lo tanto, la evolución de la silvicultura con la de la agricultura, que comenzó por un periodo donde se recogía sólo lo necesario, para pasar luego a una fase donde se favorecía el cultivo de especies de interés y finalmente la agricultura que hoy conocemos, donde se siembra lo que las necesidades imponen. Uno encuentra estas etapas en la explotación de los bosques del mundo. En la zona tropical se ha practicado hasta hace poco un tipo de cosecha en la que solamente se explotan algunas especies preciosas. Este método ha traído consecuencias nefastas, puesto que algunas especies de caoba han desaparecido totalmente y en Cuba, por ejemplo, sólo se conocen algunos ejemplares que están en cultivo. Por otro lado, la explotación de algunas especies aunque sea en un bosque muy vasto, llega a disminuir tanto la diversidad vegetal como la animal, acarreando la destrucción del equilibrio ecológico.
Seguramente que un cultivo homogéneo con árboles de la misma edad y misma especie, permite una explotación mucho mas racional y por lo tanto mas lucrativa. El método de trabajar el bosque como jardín, que ha sido practicado en Europa desde hace mucho tiempo, tiene el mérito de salvaguardar los diversos elementos del bosque natural.