Si uno observa al microscopio una semilla de orquídea no encuentra los órganos habituales, es decir, una plántula con uno o dos cotiledones, sino solamente un grupo de células en un solo tegumento.
La germinación de la orquídea necesita la presencia de un hongo, el Rhizoctonia, que ataca algunas células pero permite la difusión de las sustancias. Hay entonces división celular y diferenciación; es decir formación de un embrión que germina. El hongo acompanara a la orquídea toda su vida proporcionándole sustancias químicas que ésta no puede sintetizar. Se ha comprobado que el hongo que vive en las raíces de las irídeas epifitas de los árboles tropicales se desarrolla igualmente en la corteza del árbol. Si existe simbiosis entre la orquídea y el hongo, seguramente hay parasitismo del hongo sobre el árbol. No es imposible que la orquídea se beneficie indirectamente. En el laboratorio se ha podido provocar la germinación, aportando azucares y vitaminas, pero la presencia del hongo sigue siendo necesaria para el desarrollo de la planta. Se le ha introducido algunas semanas después de la germinación, pues la plántula ya desarrollada puede resistir al hongo (llega a suceder en efecto, en el medio natural, que el hongo destruye completamente la semilla).