Con sus altas torres, sus gruesas tuberías rectas, acodadas, curvadas, ora horizontales, ora inclinadas o verticales, sus complicadas estructuras, sus rampas y sus aparatos de carga, sus escaleras, sus pasarelas y sus humos, los altos hornos son la base de la industria del hierro y del acero, ya que le proporcionan su materia prima al transformar en fundición (arrabio) el mineral llegado de la mina. La operación se lleva a cabo en las torres, revestidas en su interior con ladrillos refractarios y que pueden alcanzar alturas hasta de 40 metros.
En ellas se amontonan unas capas sucesivas de mineral de hierro y de coque. Vio-lentamente inyectado por medio de poderosas tuberías situadas en la base del alto horno una corriente de aire ardiente (800 °C) mantiene la combustión del coque, que quema con lentitud y produce gran cantidad de óxido de carbono. La temperatura alcanza los 2 000°, y el mineral se funde. El óxido de carbono "reduce" entonces los óxidos de hierro (es decir, capta su oxígeno para dar gas carbónico), mientras que el hierro, al fluir hacia el crisol situado en la parte inferior de la torre, se combina con el carbono del coque para producir el arrabio o fundición, sobre el cual flotan los residuos de la ganga fundida, las escorias, que servirán después como material de construcción. Por otra parte, los gases desprendidos en la combustión, que contienen todavía cierta proporción de oxido de carbono, que es combustible, son recuperados en la parte alta de la torre, depurados y utilizados seguidamente para calentar el aire que se ha de insuflar en el horno.