¿Quién escribió el Poema de mio Cid?


   A mediados del siglo XVIII, Tomás Antonio Sánchez encontró un viejo manuscrito en castellano anti­guo, que contenía un largo poema escrito en versos irregulares, en el cual se narraban las aventuras de uno de los personajes más popula­res de la Edad Media española, Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador. El manuscrito da­taba del siglo XIV y aparecía firma­do por un tal Per Abbat, pero pronto pudo comprobarse, sin lugar a dudas, que Per Abbat era sólo un copista y que el original era dos siglos más antiguo, de hacia 1140. Nada conocemos, pues, del gran poeta, el primer escritor en lengua castellana. Sin embargo, el estudio a fondo de los giros lingüísticos del poema y la minuciosidad con que se describen las tierras próximas al pueblo de Medinaceli, en Soria, han hecho suponer a Menéndez Pidal que Medinaceli sería la patria chi­ca de aquel juglar genial y miste­rioso. Podemos imaginarlo recitan­do sus historias en las plazas de los pueblos o en los salones de los castillos a cambio de unas mone­das o, incluso, de un vaso de vino. El poema canta la vida del Cid, a quien describe como valiente gue­rrero frente a los musulmanes, que se enfrentó a su rey Alfonso VI por defender la justicia. Qué duda cabe de que esta obra contribuyó decisivamente a crear el mito de es­te personaje que había muerto sólo unos años antes, en el 1099, y cuyo recuerdo permanecía aún vivo entre las gentes. El lenguaje del Poema de Mió Cid es sencillo, pero está lleno de la emoción y de la fuerza de la me­jor poesía épica. Del mismo modo que sucede en la Ilíada y en la Odisea, no se escatiman los detalles sobre los sentimientos y sobre la vida íntima del héroe. Así se le describe como esposo enamorado de Doña Jimena y como tierno padre de Elvira y Sol, que en la vida real se llamaban Cristina y María. Pero, a pesar de tratarse de la más antigua reliquia en lengua castellana y de su innegable belleza, no obtu­vo inmediatamente en España la acogida que se merecía. Fueron al­gunos extranjeros, como el escocés Southey, en el siglo XIX, los que empezaron a apreciarlo, llegando a compararlo a la Ilíada y la Odisea. Ya en el siglo XX, el gran investi­gador Ramón Menéndez Pidal se pasará muchos años dedicado a estudiarlo histórica, lingüística y li­terariamente.
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