El nacimiento de la Gran Industria

   HACE 25 SIGLOS, en tiempos de Pericles, solía verse pasar por las calles de Atenas a un individuo muy elegante, senta­do en lujosa litera y seguido por una reducida escolta de esclavos y acólitos. Si algún forastero preguntaba quién era aquel potentado, luego los atenienses le respondían:
—¡Es Cefalo! ¡Tiene una fábrica de escudos con ciento veinte obreros!
   Y el establecimiento de Cefalo no era el único. También había grandes talleres metalúrgicos y otras empresas indus­triales llamadas "ergarteria" que producían al por mayor. Esto podría inducirnos a suponer que la "gran industria" data de ese entonces, lo que sería un error. Aquellos talleres no eran, en realidad, "fábricas", pues no producían en base a medios mecánicos, sino explotando el trabajo manual de los esclavos.
   En el concepto moderno suele llamarse "gran industria" al desarrollo fabril impulsado por las máquinas, desde me­diados del siglo XVIII. Sus comienzos constituyen un acon­tecimiento más trascendente que la Revolución Francesa.


ORÍGENES DEL MAQUINISMO MODERNO
Comenzó en Inglaterra, en el año 1733 con un modesto in­vento técnico de John Kay. Consistía en una "lanzadera vo­lante" que el tejedor, en vez de llevarla y traerla cada vez con su mano, la accionaba mediante un cordel, reduciendo así a la mitad el tiempo requerido por su trabajo.
   Otros inventores como James Hargreaves y Samuel Crompton, se sucedieron en el perfeccionamiento de máquinas de hilar. Y el clérigo Edmund Cartwright ideó en 1785 una tejedora mecánica.
   Estos adelantos técnicos en el arte de la rueca y el telar, no fueron sino anticipos del maquinismo, cuyo típico expo­nente fue la máquina de vapor. Desde los experimentos del francés Dionisio Papin en 1690, muchas tentativas se ensaya­ron hasta que el escocés James Watt ideó el condensador, en 1769, posibilitando el uso de la máquina de vapor en la in­dustria.
   La aplicación económica de esta innovación técnica reque­ría, desde luego, hierro, hulla como combustible y capitales para invertir, recursos de los cuales Gran Bretaña disponía en abundancia.
   Muy pronto la máquina dominaría todos los procesos téc­nicos. Por el año 1781 se descubrió el modo de convertir la fuerza motriz en movimiento rotatorio, lo que facilitó el invento del buque de vapor (W. Symington, en 1802, y Fulton, en 1805) y de la locomotora de vapor (R. Trevithick, en 1803, y J. Stephenson, en 1814).
   El campo se mecanizó también con desmotadoras de algo­dón, trilladoras, cosechadoras y escardadoras.


EL AUGE INDUSTRIAL
En el año 1800 había en Inglaterra 239 máquinas de va­por; y en 1835 ya había 1.935 máquinas. El acero que seme­jante desarrollo demandaba resultaba insuficiente y costoso. A mediados del siglo XIX, el inglés Henry Bessemer ideó un nuevo método, barato y sencillo, para convertir el hierro de fundición en acero. Esta innovación siderúrgica dio increí­ble expansión al maquinismo. Por otra parte, la explotación sistemática del petróleo, iniciada por Edwin Drake en 1859 con su famoso pozo de Pensilvania (EE.UU.), abrió a la in­dustria inmensas posibilidades, tales como las que se derivan de los motores de gasolina.
   Las fundiciones de acero y las refinerías de petróleo ali­mentaron, pues, el auge de la gran industria, que pronto asu­miría nuevas orientaciones con el advenimiento de la electro­tecnia.


CONSECUENCIAS DEL MAQUINISMO
Los únicos que pudieron afrontar la financiación de las fábricas fueron los capitalistas, quienes, por ende, se convir­tieron en los beneficiarios directos de la producción.
   La fabricación mecánica produjo artículos más baratos y en mayor cantidad que los de la antigua industria manual. No pudiendo competir con sus bajos costos, numerosos arte­sanos se vieron en la necesidad de abandonar sus industrias manuales e ingresar como operarios asalariados en las fábri­cas, para ganarse el sustento, convirtiéndose en simples auxi­liares de la máquina, bajo el mando de un patrón.
   La fábrica sustituyó al taller, la habilidad de los artesanos quedó reemplazada por el método mecánico y su capacidad de trabajo por la energía motriz. Con esto, la producción y el comercio aumentaron sus montos y los empresarios se enriquecieron. Pero la clase obrera, explotada como un sim­ple factor de producción —la "mano de obra"—, quedó su­mida en la pobreza y en un nuevo tipo de servidumbre. La máquina había sido su ruina.