El absolutismo de Luis XIV

ABSOLUTISMO MONÁRQUICO EN FRANCIA

"¡HASTA hoy os he permitido gobernar mis asuntos, pero de ahora en adelante yo seré mi primer ministro!". Con estas palabras, dirigidas a sus ministros, el rey de Francia, Luis XIV, dio a entender claramente que no toleraría la interven­ción de nadie en el gobierno de la nación.
   Desde aquel momento, el rey sería el jefe absoluto del Es­tado y podría imponer incondicionalmente su voluntad. Ni si­quiera el primer ministro, es decir, el más autorizado conse­jero del rey, gozaría de prerrogativas suficientes como para alterar la voluntad del soberano. Para Luis XIV, los minis­tros se transformaron en simples ejecutores de órdenes.
   Sin embargo, no se crea que, para instaurar en Francia la monarquía absoluta, Luis XIV recurrió a un golpe de esta­do. Otros reyes antes que él, ayudados por hábiles ministros, habían luchado para hacer absoluto el poder monárquico. Cuando Luis XIV subió al trono en el año 1661, ya existían en Francia las condiciones favorables para que el rey fuese jefe absoluto de la nación.


LOS "ESTADOS GENERALES"

   La población francesa estaba dividida desde el siglo XIV en tres grandes clases: nobleza, clero y "tercer estado".
   La nobleza se hallaba representada por las familias de los antiguos señores feudales. El clero, como lo indica la palabra, eran los hombres de la Iglesia. Con el nombre de "tercer es­tado" se designaba al resto de la población. Esta clase se com­ponía de personas de las más variadas condiciones económi­cas y sociales, tales como obreros, campesinos, artesanos, pe­queños propietarios, comerciantes, profesionales, banqueros e industriales.
   Los representantes de estas tres clases formaban los llama­dos "Estados Generales".
   Cada clase contaba con sus propios representantes ante el gobierno, y su misión era la de hacer llegar al rey las necesi­dades del sector de la población al que representaban.
   Ciertas decisiones del rey, particularmente las relativas a impuestos, carecían de validez sin la aprobación de los "Es­tados Generales". El poder del rey era, pues, limitado.

HACIA LA MONARQUÍA ABSOLUTA

   El primer soberano que intentó investir de mayor presti­gio al poder monárquico fue Enrique IV, coronado en el año 1594. Su programa era bien definido; en primer lugar, desea­ba abatir definitivamente el poderío de los nobles que mu­chas veces se habían rebelado contra la autoridad del rey, y luego proyectaba liberarse de la fiscalización de los "Esta­dos Generales". Sin embargo, Enrique IV no alcanzó a rea­lizar su plan, dado que en el año 1610 fue asesinado por un fanático antimonárquico. En tiempos de su sucesor Luis XIII, su programa fue retomado por un ministro extraordinario: el cardenal Richelieu.
   Durante dieciocho años, desde 1624 a 1642, el Cardenal obró con extrema energía para asegurar un poder absoluto a la monarquía francesa. No sólo mantuvo una lucha sin tre­gua contra los nobles rebeldes, sino que decidió no convocar más a la asamblea de los "Estados Generales" con el propó­sito de eliminar toda limitación a la autoridad real.
   Después de la muerte de Richelieu (1642) y de Luis XIII (1643), sucedió a aquél el cardenal italiano Julio Mazarino, quien también luchó enérgicamente para que el rey (enton­ces Luis XIV, menor de edad) tuviera asegurado el poder absoluto. A la muerte del cardenal Mazarino, en el año 1661, sólo le quedaba a Luis XIV, ya mayor de edad, la tarea de mantener la monarquía en la posición de prestigio a la que la habían llevado los dos hábiles cardenales.

EL ABSOLUTISMO DE LUIS XIV

   Al subir al trono, en el año 1661, Luis XIV era el rey más adecuado para aquel momento histórico. No ha existido otro soberano que después de él haya ejercido con mayor rigor el poder absoluto en Francia.
   Firmemente convencido de que el rey recibe la autoridad directamente de Dios, y de que por esa razón está por encima de los demás hombres, Luis XIV se consideraba con el dere­cho de exigir la obediencia absoluta de todos sus subditos.