¿Cómo se forman las montañas?

   Algunas montañas se forman por erupciones volcánicas, pero la mayoría son el resultado de los movimientos de la corteza terrestre. Las placas que la conforman se separan o chocan entre sí constantemente. El desplazamiento de la corteza genera dos procesos de formación de montañas.
   Las montañas de plegamiento se forman cuando dos capas presionan y la corteza entre ellas se arruga como si fuera de papel. El Himalaya, donde se hallan las montañas más altas del mundo, se formó así hace cerca de 45 millones de años. La placa de la India chocó contra la de Eurasia y plegó el suelo marino entre ellas. Aún se pueden encontrar fósiles de conchas marinas en sus cumbres.
   En el segundo proceso, las montañas se forman cuando un inmenso bloque de roca es empujado hacia arriba entre dos hendiduras (fallas) de la corteza terrestre. Las cimas de estas montañas son más planas. Un buen ejemplo es la cordillera Sierra Nevada, en EE.UU.

El tambor, un instrumento antiguo

   Algunos historiadores nos dicen que el tambor fue el primer instrumento musical hecho por el hombre, aunque otros dicen que este lugar lo ocupa la flauta. Entre las tribus salvajes, los tambores eran usados con mucha frecuencia en múltiples oca­siones: su redoble reunía a los individuos de la tri­bu para la guerra; servía, a veces, para los bailari­nes y los cantantes, y desempeñaba un papel muy importante en las ceremonias religiosas. Entre las antiguas naciones civilizadas, existían varias clases de tambores: los egipcios usaban un tipo pequeño; los chinos usaban uno grande parecido a nuestro bombo; el tambor favorito de los hebreos parece que fue una especie de pandereta.
   Por sus diversas formas y tamaños, se clasifican en tres clases: los hechos de una única piel extendida sobre una arma­dura, abierta en su parte inferior, como el pandero; con una única piel sobre una parte metálica hemisférica, cerrada, como el timbal; con dos pieles, una a cada ex­tremo de un cilindro, como el bombo y el tambor corriente.
   Los timbales son, entre los diferentes tipos de tambores, los más importantes en una orquesta; pergamino o piel de be­cerro se extiende sobre un hemisferio hue­co de metal que tiene la forma de las ollas usadas por nuestras abuelas. Esta piel se sujeta por medio de un anillo, que puede ponerla tensa o aflojarla por medio de tornillos y matizar así un sonido más agu­do o más grave. Se tocan generalmente por parejas; uno produce el do de la es­cala y el otro produce el sol. Tres clases de palillos se usan en su manejo, uno, con esponja en su punta, para los sonidos bajos o graves; otro, con cuero, para los medios, y un tercero, con punta de madera, para los tonos altos o agudos.
   El sonido producido por los tambores grandes es principalmente empleado para señalar el ritmo o acentuar las graduaciones. El tambor con tirantes, en el que éstos pueden hacer más brillante el sonido, se usa generalmente en las bandas militares. En las orquestas, sirve para aumentar la brillantez en los pasajes en crescendo.

¿Quién fue el hombre de Nean­dertal?

   El año 1856, en una cantera del valle de Neandertal, próximo a la ciudad alemana de Dusseldorf, fueron halla­dos unos curiosos fósiles. Se hizo cargo de ellos el profesor Johann C. Fuhlrott, quien no tardó en advertir que entre los mismos desta­caba un cráneo grande, de robustos huesos, y que presentaba unos sa­lientes supraorbitales muy marcados, parecidos a los de los gorilas. Junto a aquel cráneo, la forma de unos fémures delataba que aquel ser había andado erguido. Fuhlrott creyó ha­llarse entonces ante los restos de un hombre excepcionalmente primitivo, que quizá había buscado refugio allí para ponerse a salvo. Este descubrimiento fue fundamental para la ciencia antropológica. Per­mitió establecer que, entre los hom­bres más antiguos de los que se tiene noticia histórica y el hombre de Neandertal, había una evidente relación evolutiva. Luego, otros restos fósiles hallados en varios lugares confirma­ron que hubo una raza de hombres neandertalienses, de características físicas similares. Los fósiles halla­dos posteriormente, pertenecientes a antepasados del hombre que exis­tieron mucho antes o mucho des­pués del hombre de Neandertal, permitieron asegurar que la neandertaliense era la subespecie más remota de Homo sapiens. Antes de ella se puede hablar de Homo erectus pero todavía no de Homo sapiens, que es la especie a la que pertenece hoy toda la humanidad. Sabemos que vivió hace unos 50.000 años y que era de pequeña estatura, aproximadamente 1,55m., nariz an­cha, cejas prominentes y mandíbula fuerte y sin mentón. Sabemos tam­bién que su capacidad craneana y, por tanto, su volumen cerebral eran ya considerables. Además, por los indicios hallados en diversos yaci­mientos podemos adivinar algo de la vida de aquel hombre hallado en Neandertal: probablemente cazaba el oso, muy extendido por toda Eu­ropa en aquella época de glaciación; enterraba ritualmente a sus muertos; era capaz de fabricar hachas de mano y puntas afiladas como herramienta; su vida era difícil, pues la naturaleza le planteaba demasiadas dificultades, en especial el frío; no viviría más de 50 años, y quizá la ar­tritis acabara con él bastante antes.