¿Quién fue el inventor de la brújula?


   La aparición de la brújula supuso un progreso gigantesco para la na­vegación, con las lógicas consecuencias del incremento del comer­cio, de los descubrimientos geográ­ficos y del perfeccionamiento de las armadas. El uso de este ins­trumento comenzó a generalizarse en Europa en el siglo XII; algunas teorías afirman que fueron los no­ruegos quienes primero utilizaron la brújula en Europa, pero no hay pruebas de ello. Por el contrario, parece demostrado que los prime­ros europeos que introdujeron un tipo de brújula en la navegación fueron marinos italianos de Amalfi, quienes primero usaron un tipo de brújula flotante (una aguja imanta­da provista de un flotador y sumer­gida en un recipiente con agua) y pronto lo sustituyeron por la brújula de pivote, que oodía girar libremen­te sobre un soporte vertical. Sin embargo, no se cree que fueron es­tos marinos mediterráneos del siglo XII quienes inventaron la brújula. Más de mil años antes, los chinos ya habían ideado los primeros mo­delos de este instrumento. Efectivamente, el origen de otro invento fundamental para el progreso hay que ir a buscarlo una vez más a la antigua China. Aunque no se ha conservado hasta nuestros días nin­gún ejemplar de tal ingenio, en un libro del siglo I de nuestra era y en un bajorrelieve algo posterior se describe un instrumento consisten­te en una cucharilla tallada en mag­netita y situada sobre un cuadriláte­ro de bronce pulimentado en el que había diversas inscripciones relati­vas a los puntos cardinales, a las constelaciones y a las fases de la lu­na; tal cuchara podía girar libremen­te de modo que su parte cóncava señalara hacia el sur. Este aparato parece ser que era utilizado para efectuar prácticas adivinatorias. Ello no quiere decir que los chinos no acabaran empleando su invento al servicio de la navegación: existen referencias documentales de un viaje a Corea, en el siglo XI, con ayuda de la aguja magnética. La historia no ha recogido la pater­nidad de tan decisivo invento, ins­trumento hoy todavía imprescin­dible, desde luego perfeccionado, en la navegación tanto marítima co­mo aérea, pero no cabe duda de que la brújula debe ocupar un lugar de privilegio en la lista de las aporta­ciones anónimas al progreso.

Organismos que dependen de lo muerto

   Los organismos que poseen poco o nada de clorofila no pueden preparar su propio alimento y han de buscarlo en otra parte. Un método es el utilizado por las sapro­fitas, principalmente bacterias y hongos, que se ali­mentan de organismos muertos o decadentes o de partes muertas de plantas próximas. La pipa india, una de las pocas fanerógamas saprofitas, obtiene todo su alimento orgánico y todos los minerales mediante una asociación mutuamente provechosa con hongos subterráneos. Éstos proporcionan los productos nutritivos de la capa de bosque digerida. En contraste con estos seres necrófagos, hay mu­chas plantas parásitas que sólo se alimentan de orga­nismos vivos y obtienen la mayoría de su alimento y agua de plantas verdes. Por ejemplo, la cuscuta sin hojas ni raíces verdaderas enrolla filamentos sinuo­sos alrededor de su huésped para conseguir alimen­to. Sin embargo, la cuscuta mortal tiene a su vez enemigos, lo que extiende la cadena de comer y ser comido desde el reino vegetal al reino animal.

¿Cuándo las especias valían más que el oro?

   Las valiosísimas especias, que ha­bían sido la fortuna de las repúbli­cas marineras, eran conocidas y se utilizaban en Europa desde los tiem­pos más antiguos. Sin embargo, su origen seguía siendo un misterio. Los mercaderes árabes solían faci­litarlas a los comerciantes euro­peos con asiduidad, pero aquellos astutos aventureros jamás habían revelado su procedencia. Sólo gracias a los grandes viajes de exploración fue posible conocer el origen de la nuez moscada, la canela y el clavo. Este último lo encontraron los holandeses en las islas Molucas. Durante mucho tiem­po se procuró impedir que se «ro­baran» ejemplares de la planta del clavo con el propósito de trasplan­tarlos a otras posesiones colonia­les, pero en el siglo XVIII el cultivo del clavo se extendió ampliamente a otras regiones tropicales. Hoy existen grandes plantaciones de clavo en Madagascar, donde lo in­trodujeron los franceses. En la épo­ca de la floración el intenso perfume de estas plantas se aspira a 300 ki­lómetros de la costa. El cultivo de la canela se halla tam­bién extendido actualmente por mu­chos países tropicales. La canela procede de la parte inte­rior de la corteza de un árbol que crece espontáneamente en la isla de Ceilán y en la India. Hace algu­nos siglos se la consideraba tan preciosa que hasta había provocado auténticas guerras entre las nacio­nes deseosas de controlar su pro­ducción. La isla de Ceilán (actual Sri Lanka) pasó del dominio portugués al holandés, y luego al inglés, precisamente por­que estos tres países aspiraban a adueñarse de las plantaciones. La especie más conocida y solici­tada sigue siendo la pimienta. En la Edad Media, los pequeños granos negros de esta substancia picante eran considerados tan valiosos, que alguien llegó a proponer su utiliza­ción en calidad de moneda para los intercambios.