¿Qué clase de navío es un transbordador?


   El transbordador o ferry es un barco concebido especialmente para transportar rápidamente automóviles y personas. En Europa era famoso el que enlazaba Francia e Inglaterra a través del canal de la Mancha.
   Para cruzar un río basta con un pontón. Pero para un trayecto más largo es indis­pensable un barco. Los transbordadores permiten a los automóviles cruzar ciertos brazos de mar. Los conductores entran en ellos al volante de su vehículo, como en un garaje. Al llegar al puerto de su des­tino bajan al muelle conduciendo su coche y prosiguen el viaje. Ciertos trans­bordadores pueden embarcar vagones de tren, en cuyo caso los viajeros efectúan la travesía cómodamente sentados en sus asientos.

Plantas medicinales

   Entre los remedios más interesan­tes utilizados por la medicina se cuentan las plantas medicinales, que desde tiempo inmemorial pro­porcionan principios activos de gran importancia.
   Hacia el año 1300 de nuestra era los herbolarios se dejaron influir por la extraña idea de la llamada doctrina de las signaturas. Según dicha teoría, existía una re­lación entre la enfermedad que una planta podía curar y la forma de las hojas, frutos y flores de la misma. Las hojas y flores en forma de co­razón se aconsejaban, por ejemplo. para el tratamiento de las enferme­dades cardíacas. Las cabezas de amapola curaban el dolor de la ca­beza, y la pulmonaria las afecciones pulmonares. Las hepáticas se utili­zaban como tónicos del hígado, pues sus hojas y su forma evocaban la del hígado. La pulpa de la nuez, se­mejante en su apariencia al cerebro, era aconsejada para el tratamiento de las enfermedades mentales. Hoy en día nadie cree ya en la doctrina de las signaturas, pero los cientí­ficos siguen buscando plantas me­dicínales y prestan especial aten­ción a las plantas utilizadas por los curanderos y los pueblos primitivos.

El Foro Romano

LOS MONUMENTOS DE LA ANTIGUA ROMA
EN los primeros años del si­glo VIII antes de Cristo, al­gunos pastores del Lacio se insta­laron en la colina Palatina, no muy lejos de la orilla izquierda del Tíber. A la pequeña aldea le dieron el nombre de Roma. Segu­ramente, no se imaginaron que un día su villorrio se convertiría en la ciudad más grande y poderosa del mundo. En el siglo III de nues­tra era, época de la máxima ex­pansión del imperio, la parte ha­bitada de Roma tenía un períme­tro de veinte kilómetros y una po­blación que oscilaba alrededor de los dos millones de habitantes.