¿Cómo se forman las moléculas?

   Si los átomos de los cuerpos simples no se unieran, forman­do las moléculas de los cuerpos compuestos, no existiría en el mundo más que un centenar de sustancias y, por ende, prác­ticamente no habría vida. En cambio, aquellos están capa­citados para unirse entre sí merced a una fuerza que se denomina afinidad química. Hay átomos dotados de gran afinidad, por ejemplo los de oxígeno e hidrógeno; hay otros que, por el contrario, se muestran más estables, permane­ciendo aislados.

   ¿De qué depende la afinidad de los átomos y, en conse­cuencia, la posibilidad de cons­tituir moléculas?
Pongamos por ejemplo a dos átomos diferentes, el oxígeno y el argón. En derredor de un núcleo cen­tral de cualquier átomo giran partículas cargadas de electricidad: los electrones. En el átomo de oxígeno los electrones de la órbita exterior son seis, en el correspondiente al argón son ocho. Los átomos que poseen en la órbita externa ocho electro­nes son estables, o sea que se encuentran equilibrados y no se unen a ningún otro elemento. Están en esta condición los llamados "gases nobles" (neón, argón, criptón y xenón). Todos los otros átomos tratan de completar el número de los electrones hasta lograr la configuración de los "gases no­bles". Así, por ejemplo, los átomos que tienen un sólo elec­trón en su órbita externa se combinan con los que tienen siete. Esto da origen a todos los fenómenos químicos.

¿Cómo pueden respirar los buzos bajo el agua?

Desde el siglo XIX los científicos habían intentado crear un aparato que les per­mitiese respirar a los buzos sin depen­der del suministro exterior de aire. Pero no fue sino hasta 1943 cuando el nave­gante francés Jacques-Yves Cousteau y su colega Emile Gagnan inventaron el aqualung (equipo de respiración autóno­ma). Cousteau lo usó para bucear a 60 m de profundidad.




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¿Por qué decimos "en boca cerrada no entran moscas"?

No en pocas ocasiones, somos en exceso habladores y charlatanes. No sabemos guardar un secreto. Si una nube de moscas amenazase con introducirse en nuestra boca, sin duda optaríamos por mantenerla cerrada.
Se alude, con el refrán, a la convenien­cia de ser prudentes en el hablar. Es innegable que manteniendo la boca ce­rrada nos evitaríamos indiscreciones de las que luego nos arrepentimos. Así y todo, tampoco puede extremarse en ex­ceso una postura que nos convertiría prácticamente en mudos. La prudencia y la mesura en el hablar, como en to­do, son buenas consejeras.