Una manzana recién cortada adquiere en minutos un color marrón, un guardabarros de bicicleta empieza a corroerse y una moneda de cobre de repente se vuelve verde. ¿Qué tienen todos estos eventos en común? Todos ellos son ejemplos de un proceso llamado oxidación.
La oxidación se define como la interacción entre las moléculas de oxígeno y todas las diferentes sustancias con las que entra en contacto, desde el metal hasta el tejido vivo. Técnicamente, sin embargo, con el descubrimiento de los electrones, la oxidación llegó a ser definida con mayor presición como la pérdida de al menos un electrón cuando dos o más sustancias interactúan. Esas sustancias pueden o no pueden incluir oxígeno. (Por cierto, el opuesto de la oxidación es la reducción - la adición de al menos un electrón cuando ciertas sustancias entran en contacto unas con otras.) A veces la oxidación no es algo tan malo, como sucede en la formación de aluminio anodizado super-resistente. Otras veces, la oxidación puede ser destructiva como es el caso de la corrosión en un automóvil o cuando afecta a la fruta fresca.
A menudo utilizamos las palabras oxidado y corroído de manera intercambiable, pero no todos los materiales que interaccionan con las moléculas de oxígeno se desintegran en el óxido. En el caso del hierro, el oxígeno crea un proceso de combustión lenta, lo que resulta en una sustancia marrón quebradiza que llamamos herrumbre. En cambio, cuando la oxidación se produce en el cobre, el resultado es un recubrimiento verdoso llamado óxido de cobre. El metal en sí no se debilita por la oxidación, sino que la superficie desarrolla una pátina después de años de exposición al aire y al agua.