Antes de finalizar el siglo XIX, aparecen los primeros síntomas de insatisfacción frente a la filosofía positivista, y se vislumbra una clara atracción hacia el problema de la vida, que preocupó tanto a Schopenhauer y Nietzsche y que hará fortuna durante el siglo XX dando lugar a un nuevo movimiento filosófico llamado existencialismo. El precursor de este movimiento fue un danés nacido en 1813, llamado Soren Kierkegaard. El pensamiento de Kierkegaard está fuertemente influido por el cristianismo. Había estudiado Teología en la Universidad de Berlín y tuvo a lo largo de su vida momentos de gran exaltación religiosa, que no le impidieron atacar duramente a la Iglesia danesa, precisamente por considerarse elegido por Dios para defender la pureza de la fe. En 1841 asistió en Berlín a las clases del filósofo Schelling, y en 1843 publicó O lo uno o lo otro, el primero de sus libros. A partir de este momento mantuvo un alto nivel de creatividad, produciendo sin cesar obras, la más característica entre las cuales es El concepto de la angustia, aparecida en 1844.
Kierkegaard no fue un hombre favorecido por el destino. Era jorobado y deforme (tenía una pierna más corta que la otra), y pertenecía a una familia desgraciada y atormentada que él llegó a considerar maldita por la Providencia. Cuando en poco tiempo murieron casi todos sus miembros, Soren creyó confirmar sus sospechas. Con una existencia tan amarga, no es de extrañar que la filosofía positivista dejara descontento al maltratado Kierkegaard, que en su ciudad comenzó a mantener fuertes polémicas con los hegelianos, acusándolos de ocuparse de lo universal, menospreciando lo individual. Estas disputas le hicieron famoso en Copenhague, llegando a ser objeto de chistes callejeros. Para Kierkegaard no hay equivalencia entre el ser y la razón, entre la realidad y el pensamiento, como para Hegel. Para él la única verdad es la subjetividad, que nos describe de este modo: la desesperación, la angustia, el temor y la vivencia del pecado son motivos que el hombre puede tratar de descartar, objetivar y explicar, pero lo que hace con ello es huir de sí mismo, intentar distraerse. En este sentido, el conocimiento es una distracción. En El concepto de la angustia, trata el tema de la libertad, cuya posibilidad crea un vértigo. Existe una tentación de pasar de la impotencia a la potencia de la libertad; este estremecimiento del espíritu ante su propia posibilidad es la angustia.