La invención del telégrafo eléctrico es debida al norteamericano Samuel Morse. También ideó éste el célebre código que lleva su nombre, en el cual la combinación de puntos —señales breves— y de rayas —señales largas— representan las letras del alfabeto.
Para expedir un mensaje bastaba recurrir a un manipulador conectado a la línea telegráfica. Estaba constituido por una lámina metálica provista de una punta colocada frente a un contacto, también metálico. Al apretar sobre la lámina se establecía una conexión entre la punta y el contacto, y pasaba la corriente. El receptor comprendía un electroimán que, a cada paso de la corriente, apoyaba un estilete entintado sobre una banda de papel que se desenrollaba mediante un movimiento de relojería. El estilete marcaba un punto o trazaba una pequeña raya, según la duración del paso de la corriente.
Morse proyectó esta telegrafía electromagnética (a la cual deberían su salvación tantos barcos en apuros) a bordo de un buque en el que regresaba de Europa. Cuando desembarcó en Nueva York, sólo tuvo que construir el manipulador y el receptor, de los que ya tenía diseñado el croquis. Pero, por falta de dinero, hubo de esperar paciente y obstinadamente durante doce años hasta conseguir, el 28 de septiembre de 1837. llevar a cabo su primera transmisión: "¡Atención, Universo!" Posteriormente fueron apareciendo aparatos telegráficos cada vez más perfeccionados, como los de Wheaststone, Mugues y Baudot, hasta llegar a la aparición del teletipo.