daguerrotipo de Emily Dickinson |
El problema permaneció insoluble durante mucho tiempo. Hasta que, hacia 1813, Nicéphore Niepce, que se dedicaba a toda clase de experimentos en su posesión de Chalon-sur-Saóne (Francia), interesándose a la vez por el barco a motor, la litografía y la química, tuvo la idea de hacer que la luz obrase sobre los barnices con que protegía la piedra litográfica mientras ésta estaba sometida a la acción de los ácidos.
Al mismo tiempo, se dedicó a perfeccionar la cámara oscura, añadiéndole un diafragma de iris y un fuelle. Empleando una placa de zinc recubierta con betún de Judea, logró que la luz produjera directamente en ella un dibujo. Tratando este dibujo con un ácido, se le convertía en apto para la impresión tipográfica. Niepce llamó heliografía a este nuevo procedimiento de grabado, que resultó, a la vez, el primer procedimiento fotográfico. Pero el betún de Judea, poco sensible, necesitaba ocho horas de exposición a pleno sol, y las sombras cambiantes producían graves inconvenientes, en detrimento de la imagen.
Entonces intervino Jacques Daguerre, un pintor hábil que se entregaba, no menos apasionadamente que Niepce, a investigaciones análogas. Un día, Daguerre hizo una notable comprobación. En un armario que contenía diversos productos químicos, había guardado una placa de plata yodurada, ya impresionada por la luz. Al cabo de un tiempo tuvo la sorpresa de ver que la placa había sido revelada. Examinó todos los productos que contenía el armario y, procediendo por eliminación, llegó a la conclusión de que el responsable era el mercurio. De este modo entró en posesión de un revelador, gracias al cual se hacía visible una imagen impresionada.
Dos años más tarde, Daguerre hallaba el modo de fijar la imagen, por medio de un disolvente (que luego se denominaría fijador). Este disolvente libraba a la placa de la sal de plata inutilizada durante el revelado. Acababa de nacer el daguerrotipo. Y la fotografía iba a adquirir un extraordinario impulso.