En 1851, Charles Dickens describió al Río Támesis, en Londres como "corriente negra y perezosa" cargada con los desechos de "fábricas de gas... destripaduras, mercados de pescado". Era tal el hedor del río que en 1856 —el "Año de la Gran Pestilencia"— en las ventanas del Parlamento se colgaron telas empapadas en desinfectantes. Un nuevo sistema de albañales, hecho en los años 1860, trajo alivio transitorio, pues se pudo mantener al paso del crecimiento de la ciudad. Apenas en 1957, un biólogo halló que el río casi no tenía oxígeno ni vida animal. En la superficie, objetos flotantes se deslizaban por entre islas de espuma de detergente.
El rescate del Támesis empezó en 1961 con un informe del gobierno que decía que 91 por ciento de la contaminación del río se debía a desechos domésticos e industriales. Los más culpables eran las dos grandes estaciones de desagüe en Crossness y Beckton.
Una modernización de las dos plantas que costo 50 millones de dólares quitó buena parte de la contaminación. Con leyes estrictas se controló la contaminación industrial. Detergentes biodegradables redujeron mucho la espuma del río y el haber hallado gas natural en el Mar del Norte permitió cerrar una fábrica de gas que había contaminado al río con amoniaco, cianuros y fenoles. Hoy, el Támesis aunque pardo de sedimentos, está tan limpio que unas 100 especies de peces han vuelto a comerse las algas verdes y las marinas y algunos gusanos. También hay más aves, muchas más, y todo ello ha vuelto al Támesis "apto para que persista la vida humana en sus riberas".