Además del peligro de generar una reacción de rechazo en el sistema inmunitario del receptor, desde el punto de vista de la bioética el rostro es el signo de la identidad de una persona. La aplicación de un rostro ajeno causa conflictos psicológicos a quien lo recibe, a los familiares del donador muerto y también en las personas que, a pesar de presentar alguna deformación importante en la cara, no tendrán acceso a este procedimiento quirúrgico por su elevado precio o algún problema de salud.