El cuerpo humano es un organismo de sangre caliente, esto es, guarda una temperatura constante (en promedio unos 36.5 °C), que mantiene a base de procesos metabólicos y vasculares. Esto lo diferencia de los seres de sangre fría, cuya temperatura se adapta a la del ambiente donde se encuentran. Por eso, en condiciones extremas el ser humano puede padecer el llamado 'golpe de calor' o, por el contrario, hipotermia. Cuando el ambiente impide que el metabolismo logre la compensación necesaria y la temperatura corporal cae por debajo de 28 °C, la persona pierde la conciencia y fallece. La exposición de los tejidos a temperaturas bajo cero puede causar su congelación y necrosis. Por otra parte, cuando la temperatura del organismo se eleva a más de 42 °C, puede venir un síncope con severas consecuencias neurológicas y el riesgo inminente de morir.
Los intrépidos excursionistas que viajan a la Antártida deben protegerse embargo, las personas que caen en agua gélida morirán por hipotermia a los 10 o 15 minutos de inmersión, de acuerdo con su constitución física. En contraparte, es posible soportar el calor de los desiertos, que sobrepasa los 60 °C, si las personas se mantienen bien hidratadas bebiendo líquidos para compensar los electrolitos que se pierden a través del sudor.