ORÍGENES DE LA BATALLA DE LEPANTO
LA Europa de la segunda mitad del siglo XVI vivía bajo el influjo de dos trascendentales acontecimientos: el descubrimiento de América y de las grandes rutas oceánicas, y la amenaza turca.
Los descubrimientos de los marinos portugueses y españoles habían despertado el interés de los sabios y geógrafos europeos y la codicia de diversos gobiernos, pero también habían trastornado la tradicional economía europea; en primer término, habían disminuido el papel de las ciudades comerciales del Mediterráneo, y afectado en gran parte su influencia política. La conquista de Constantinopla por los turcos (1453) no habla significado la terminación de una campaña, sino el comienzo de una nueva serie de invasiones, que amenazaban a los Balcanes primero y, todo parecía demostrarlo, a la Europa central íntegra después.
En efecto, se veía claro que si los turcos se consolidaban en los Balcanes y lograban poner el pie en la meseta de Bohemia (actual Checoslovaquia), podrían intentar con éxito la conquista de la llanura alemana y luego, hasta de Europa occidental. Examinado con criterio moderno, ello hubiera representado un considerable retraso para el progreso cultural y político europeo y universal, pero, aun desde el punto de vista de un gobernante del siglo XVI, hubiera sido un peligro no menos grave, el de la destrucción, en pocas décadas, de todo el sistema de Estados existente.
LA AMENAZA TURCA
Los turcos habían logrado imponer su dominación sobre todos los países musulmanes, hasta entonces divididos y con frecuencia enzarzados en guerras intestinas, y habían lanzado todo su poder militar contra los Estados europeos. Primero habían atacado a los Estados balcánicos y los habían conquistado; en los comienzos del siglo XVI resultaba evidente que los turcos se disponían a continuar su avance hacia el norte. Si habían conquistado con facilidad y rapidez a los pequeños Estados feudales del sur de la península balcánica, estaban encontrando una resistencia mayor en Austria y en Hungría. Para doblegar a estos dos países tenían necesidad de dominar el Adriático, tanto para llevar por ese mar sus tropas y aprovisionamientos militares, como para impedir que llegara ayuda a los dos países atacados. El Adriático había sido un mar dominado por Venecia, pero esta ciudad tenía comprometida su influencia comercial, debido a la apertura de las nuevas rutas oceánicas, y, por consiguiente, su poder naval. Esta situación era grave, en razón de que se manifestaba más agudo el peligro de la amenaza turca.
Un indicio de la disminución del poder naval veneciano lo constituía la pérdida de todas las posesiones insulares que esa ciudad había tenido en el mar Egeo: isla tras isla había ido cayendo en poder de los turcos, quienes en 1570 habían logrado apoderarse de Chipre, la más importante de todas. Venecia, por consiguiente, no estaba en condiciones de enfrentar sola a los turcos.
Así lo comprendieron el papa Pío V y el rey de España, Felipe II, quienes habían procurado reunir una fuerza militar europea para batir a los turcos. Pero la acción de estos dos jefes de Estado sólo había encontrado eco en los países más directamente afectados por la amenaza otomana, las ciudades comerciales del Mediterráneo. Igualmente las ciudades no se ponían de acuerdo en cuanto a la estrategia militar. Sus jefes respectivos, además, se disputaban el mando de la flota y la forma de las operaciones.
LA SANTA LIGA
Felipe II se había apercibido del peligro que los turcos representaban para el futuro de Europa y propuso la creación de una confederación o Santa Liga, que reuniera las fuerzas militares de la Iglesia, de España y Venecia, cuyo mando debía ejercer su hermano, don Juan de Austria. Hasta ese momento, los países mediterráneos interesados no lograban concretar una acción definida. Las flotas veneciana, papal y genovesa reunidas desde hacía un año en Mesina, no habían atinado a iniciar una acción militar contra los turcos, que sitiaban la fortaleza de Famagusta, en Chipre, aislada y en peligro merced a que los turcos tenían prácticamente el dominio naval en el mar Egeo, como consecuencia de la tan prolongada inactividad de las flotas cristianas. La proposición de Felipe II y del Papa vino a terminar con ese estado de cosas. En mayo de 1571 se firmó un tratado y se definieron las finalidades de la alianza. Y la flota, reunida en Mesina con el refuerzo de las naves españolas, se puso en marcha el 17 de septiembre de 1571. Don Juan de Austria, antes de levar anclas, celebró consejo con sus generales porque así se lo había ordenado el rey, su hermano, temeroso de un error militar; y como sus principales capitanes, Alvaro de Bazán, Requesens, Cardona, Barbarigo, Colonna y Alejandro Farnesio, compartían su opinión, decidió ir directamente contra el enemigo. El 5 de octubre llegó a Corfú, y, estando allí, se tuvo noticia de la caída de Famagusta y la suerte corrida por sus defensores, exterminados sin excepción. La noticia encendió aún más el deseo de combatir y al amanecer del día 7 la flota zarpó rumbo al sur.
LA FLOTA EN MARCHA
La formación, integrada por más de 300 naves, llegó a las pocas horas frente a las costas de Albania, en donde una galera mandada por Juan Andrés Doria dio aviso de que había avistado la flota enemiga. La escuadra turca se componía de unas 250 embarcaciones, tripuladas por unos 120.000 hombres, entre soldados y marinos, a las órdenes de Alí Bajá. Don Juan de Austria mandó enarbolar el estandarte de la Liga, que equivalía a la orden de iniciar el combate. Al hacerlo así desoyó el consejo de algunos generales que a última hora temían por el resultado y afirmó que "no era ya hora de consejos sino de combatir". Su afán de trabar combate no era fruto del ardor juvenil (¡tenía 26 años de edad!) sino de la convicción de que lograría el triunfo, pues acababa de recibir la noticia de que se había separado de la flota la escuadra de Uluch Alí, "el Argelino".
LA HISTÓRICA BATALLA DE LEPANTO
La escuadra de la Liga se presentó correctamente formada y dividida en tres cuerpos: el de la izquierda era mandado por el veneciano Barbarigo; el de la derecha por el genovés Doria, y el del centro, compuesto por 63 naves, a las órdenes del generalísimo; además, a retaguardia marchaba una reserva de 35 buques, a las órdenes de don Alvaro de Bazán, con la misión de acudir al sector más apremiado y comprometido.
Las flotas, tras un breve fuego de artillería, se movieron a fin de intentar el abordaje de las embarcaciones enemigas. Las naves turcas tuvieron su primer encuentro con las seis galeazas venecianas, poco marineras y fuertemente artilladas, que navegaban a la vanguardia. Alí Bajá, el comandante turco, sorteó esas embarcaciones, desdeñando trabar combate con ellas, y envió sus buques contra las galeras, fragatas y bergantines que componían el grueso de la flota española mandada por el comendador mayor de Castilla, Requesens. Poco a poco, las naves turcas se encontraron enzarzadas en combate con los barcos de la Liga. Los soldados combatían sobre las cubiertas propias o enemigas, tal como en una batalla sobre tierra firme. En el combate resultó gravemente herido, y posteriormente quedó inútil de la mano izquierda, el insigne ingenio español don Miguel de Cervantes, quien combatía a bordo de la fragata La Marquesa; cuenta la tradición que Cervantes se encontraba enfermo, no obstante lo cual se levantó del camastro para ocupar su lugar en la batalla.
El violento combate continuaba hacía varias horas, cuando don Juan de Austria tuvo la idea de libertar y armar a los galeotes, ofreciéndoles la libertad a cambio de su participación en la lucha. La intervención de los galeotes decidió el combate. El almirante turco, cuya nave combatía engarfiada contra la capitana española, murió de un tiro de arcabuz, y al poco rato se rindió la tripulación sobreviviente. Muy pronto comenzaron a rendirse otras naves turcas, hasta sobrepasar el centenar. Los barcos otomanos que lograron liberarse del abordaje pusieron proa al sur.
La batalla de Lepanto fue un terrible revés para los turcos, que vieron así definitivamente impedido su avance por Austria y Hungría. Don Juan de Austria intentó explotar la victoria mediante una campaña en Grecia, a fin de preparar la reconquista de las islas del Egeo. Pero, una vez más, influyeron las antiguas rivalidades. Muy pronto, en efecto, Venecia firmó un acuerdo secreto con los turcos, por el cual negaba su apoyo a toda acción militar efectiva que los españoles llevaran contra ellos. Sin embargo, al carecer del dominio del mar, las conquistas turcas dejaron de ser un peligro para Europa central y occidental.