Cuando disfrutamos de una manzana o de una barra de chocolate, no nos detenemos a pensar adonde va esa comida, o qué le pasará después. La comida inicia un largo recorrido por el cuerpo a través de un largo sistema de tubos, denominado el aparato digestivo. Mientras viaja, se divide en diminutas partículas, suficientemente pequeñas para ser absorbidas por la sangre y llevadas a todas las células del cuerpo.
Desde la boca, la comida pasa a través de un tubo largo, llamado esófago. No solamente se desliza hacia abajo, sino que es empujada por músculos en el esófago. Este movimiento se llama peristalsis. La fuerza de los músculos permite que la comida siga hacia abajo aunque estemos parados de cabeza.
La comida llega al estómago donde se mezcla con los jugos gástricos y queda convertida en una especie de puré que permanece en el estómago cerca de cuatro horas. Después pasa al intestino delgado donde se suman más jugos. La mayor parte de la comida se digiere aquí, atravesando las paredes del intestino hacia la corriente sanguínea.
La comida que no se digiere o que no es absorbida va al intestino grueso, donde se convierte en las heces que son expulsadas a través del ano.