En el sentir cristiano y dentro de la doctrina teológica católica, según el dogma de la Santísima Trinidad, Dios es uno en Esencia, como ser absoluto, por naturaleza y substancia, y trino en las Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es éste el misterio más excelso y fundamental del Cristianismo. Nada más fiel para abarcar este sublime misterio que las palabras de San Atanasio: "La fe católica consiste en venerar un solo Dios trino en persona y uno en esencia, sin confundir ni separar la substancia, porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; mas una sola es la Divinidad del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo, igual su gloria y coeterna su majestad".
La interpretación de este profundo misterio ha dado lugar a las más graves herejías, bien por no considerar a Dios como una sola persona o por confusión de cualquiera de las tres con las restantes. No en vano la tradición ha recogido lo difícil que es penetrar en la esencia del sublime misterio de la Santísima Trinidad. Por algo dijo Santo Tomás que "para hablar de la Trinidad, debemos proceder con gran cautela y modestia, ya que de expresiones o conceptos inexactos, podemos caer en herejía".
Entre las muchas herejías que nacen de la falsa interpretación del misterio de la Santísima Trinidad, están las de los maniqueos, sabelianos, patripasianos, arrianos y triteístas. Muchos concilios salieron al paso de tales errores: los de Nicea, Constantino-pía, Florencia, y el XI de Toledo, entre otros.
San Patricio, al predicar el Evangelio en tierras de Irlanda, supo hallar una fórmula sencilla que llevase a la mente de los humildes campesinos la idea del misterio de la Santísima Trinidad. Se cuenta que un día le interrumpieron con estas palabras: "¿Cómo es posible que existan tres dioses en uno solo? Entonces el Santo cortó una hoja de trébol y dijo: "¿Veis como esta modesta planta de los campos tiene tres hojitas unidas? Pues de la misma manera debéis creer que existen tres personas en un solo Dios."