Johannes Kepler

Al atardecer del 15 de noviembre de 1630, en un modesto cuartito de la casa de un comerciante de Ratisbona, en Alemania meridional, moría un hombre pequeño, endeble y relativamente joven. Casi nadie, al ente­rarse a la mañana siguiente de esta desaparición solitaria, le concedió mayor importancia.
   Así pasó inadvertida la muerte de uno de los más grandes astrónomos de la historia, del hombre que había establecido las tres leyes fundamen­tales del movimiento de los planetas: Johannes Kepler.
   Johannes Kepler nació en Weilder-Stads en Württemberg —Alemania Meridional— el 27 de diciembre de 1571. Era hijo de un pobre mesonero y, naturalmente, tuvo que trabajar como cama­rero en el hospedaje paterno. Como era muy delicado de salud, no se pres­taba para este trabajo, por lo que decidieron enviarlo a estudiar para ha­cer de él un pastor protestante. Y eso fue precisamente una gran suerte para la astronomía. Kepler ingresó en el famoso seminario universi­dad de Tubingen, donde estudió teología y donde se produjo un aconteci­miento de decisiva influencia en su vida: encontró un profesor que le ex­puso el sistema de Copérnico. Nicolás Copérnico, sabio polaco, había publi­cado, casi treinta años antes del nacimiento de Kepler, su teoría sobre el sistema solar, que negaba la teoría de Claudio Ptolomeo (siglo II de nues­tra Era) que suponía a la Tierra inmóvil en el centro del Universo con el Sol y los planetas girando en derredor de la misma. Copérnico, en cambio, sostenía justamente que el Sol y no la Tierra es el centro del sistema, mientras que la Tierra es un planeta igual a los otros, incluidos todos en un movimiento en derredor del Sol. Kepler captó sin tardanza alguna la exactitud de esta teoría, y se convirtió en ferviente partidario del nuevo enfoque. Su nombre no tardó en hacerse famoso, tanto que, en 1599, el célebre astrónomo danés Tico Brahe lo invitó a trasladarse a Praga, como asistente suyo.
   En 1600, Kepler se estableció en Praga. Pocos meses más tarde, falleció Brahe, y le sucedió Kepler como astrónomo del emperador Rodolfo II. En las noches claras observaba los planetas con rudimentarios instrumentos ópticos, luego re­tornaba a sus volúmenes llenos de cifras y estudiaba duran­te horas y horas, sin dejarse vencer por el cansancio.
   Kepler demostró que el sistema heliocéntrico —del griego "helios", Sol, o sea que otorgaba al Sol la ubicación central— de Copérnico, era el autén­tico y único sistema que correspondía a la realidad. Por medio de cálculos muy complicados fundamentó las tres grandes leyes sobre el movimiento de los planetas. Helas aquí:
   1)  Los planetas giran en derredor del Sol con un movimiento no circular sino elíptico (la elipse es aquella figura que se obtiene cortando con un plano inclinado un cilindro); el Sol se encuentra en uno de los focos de estas órbitas y no en el centro de las mismas.
   2)  La velocidad de los planetas en sus revoluciones alrededor del Sol varía de acuerdo con su distancia al mismo: cuando están más cerca, se desplazan más velozmente, mientras que lo hacen más lentamente cuando se encuentran a mayor distancia.
   3)  Esta ley, que es la más difícil, resultará más conveniente explicarla con un ejemplo: Mercurio emplea 88 días y la Tierra 365 para la revolu­ción en torno al Sol. Multiplicando cada una de ambas cifras por sí misma (o sea elevándolas al cuadrado) obtendremos 7.744 y 133.225, respectiva­mente. El segundo número es casi unas diecisiete veces más grande que el primero, es decir que su relación es casi de 1 a 17. Veamos ahora las distan­cias al Sol. La distancia media de Mercurio es de 58 millones de kilómetros y la de la Tierra 149 y medio. Multiplicando estas cifras dos veces por sí mismas (o sea elevándolas al cubo) obtendremos las cantidades de 195.112 y 3.341.362. Y aquí lo más interesante: ¡la relación entre ambas cifras continúa siendo casi de 1 a 17! Ahora llegó el turno a la ley: los cuadrados de los tiempos de revolución de los planetas son proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol.
   Estas tres leyes siguen siendo fundamentales para la astronomía, y ayu­daron a la ciencia humana a dar un gran paso en el camino de la verdad. Kepler se dedicó también a la física y al magnetismo terrestre. Fue el primero en calcular exactamente la latitud y la longitud. Vivió una vida difícil y amarga, y murió pobre y solo. Nosotros, empero, sabemos que fue un genio de la talla de Copérnico, Brahe, Galileo y Newton, y que, como ellos, mostró al hombre la gran armonía de la Creación.