Ciertamente, Howard Cárter había hallado, en el valle de los Reyes, algunos objetos que tenían inscrito el nombre de Tutankamón, pero del sitio en que éste había sido sepultado, nada.
Sin embargo, Cárter no se desanimó y comenzó a explorar cavando metro a metro. La tumba tenía que estar en ese valle.
Y, un día del mes de noviembre de 1922, su pico topó con una escalera secreta, tallada en la roca, que conducía a una puerta tapiada. Cárter penetró en el recinto, a la luz de una vela, y se encontró con una serie de cámaras donde se amontonaba toda clase de objetos preciosos. Y en la tercera pieza halló tres sarcófagos encajonados unos sobre otros, en el último de los cuales, reposaba la momia del faraón. . .
Las tumbas de los otros reyes egipcios habían sido saqueadas desde antiguo por los ladrones de tesoros. Sólo había permanecido intacta durante más de 3 000 años la tumba de Tutankamón.