Otra piedra de gran valor es la esmeralda, cuyo color es el verde. Esta piedra suele ser de pequeñas dimensiones: cuando supera los diez quilates y está exenta de defectos constituye un ejemplar tan insólito que vale más que un diamante de sus mismas dimensiones. Buena parte del valor que se atribuye a dichas gemas se debe a la especial clase de talla a que son sometidas. Por regla general, se procura tallar las piedras de tal manera que la luz, al atravesarlas, se refracte en mil colores. Ello se consigue haciendo que la gema terminada forme un conjunto de pequeños prismas, que —como es sabido— poseen la propiedad de refractar la luz componiendo los colores del arco iris.
La parte superior de una piedra tallada se denomina corona y la inferior pabellón. La cara más alta de la piedra se denomina mesa, y el fondo del pabellón mesa inferior.