¿Se puede hacer que llueva?

Los indios hopi del suroeste de Estados Unidos aún invocan la lluvia sacrificando águilas doradas y bailando con serpientes de cascabel vivas entre sus dientes. Mientras esto ocurre, otros han adoptado un método científico para hacer llover.

En 1946, Vincent Schaefer e Irving Longmuir, de los Laboratorios de Investigación de General Electric en Schenectady, Estados Unidos, empezaron sus trabajos, los cuales probaron que la lluvia podía provocarse artificialmente.

Las nubes están formadas por millones de partículas de agua demasiado pequeñas para precipitarse como lluvia. Sólo cuando se forman gotas de un cuarto de milímetro o más originan una fina llovizna. Las gotas más pequeñas se evaporan antes de llegar a tierra.

Una forma de hacer crecer las gotas consiste en convertirlas en hielo. En una nube con partículas de hielo y gotas de agua, las primeras crecen rápidamente al absolver vapor de agua. Dado que la temperatura de las nubes casi siempre es inferior al punto de congelación, podría esperarse que las gotas se congelaran fácilmente. Pero el agua puede estar por debajo de tal punto sin congelarse.

Esto sucede porque el agua de las nubes es absolutamente pura; carece de polvo o contaminantes que puedan formar el centro de un cristal de hielo. Si se aportan partículas, las gotas se congelan, crecen rápidamente hasta tener el tamaño suficiente para precipitarse y luego se derriten al elevarse la temperatura, hasta formar la lluvia.

Schaefer y Longmuir probaron que al añadir partículas a las nubes, por lo general de yoduro de plata, podían producirse cristales de hielo que crecen rápidamente. Esas partículas se lanzan desde aviones, con cohetes o por medio de corrientes de aire que las elevan desde la superficie.

En la antigua Unión Soviética se usaron piezas de artillería de 70 mm para disparar partículas de yoduro de plata hacia las nubes. Aun cuando la técnica puede dar resultado cuando las nubes tienen la temperatura adecuada, es imposible saber cuánto habría llovido sin recurrir al artificio. Y esto plantea incógnitas en cuanto a la rentabilidad y la eficiencia del método.

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