¿Quién fue el primer econo­mista liberal?

Como vemos, a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX, Europa en­tera es un hervidero de inquietudes. La filosofía y el resto de las ciencias avanzan vertiginosamente. Todo contribuirá a que el pequeño conti­nente extienda su influencia sobre el mundo. También se hizo necesa­ria una teoría económica en la que apoyarse para conseguir un rápido crecimiento. La nueva clase burgue­sa, comerciante o industrial, muy emprendedora, se encontraba opri­mida por el mercantilismo —la doc­trina económica del despotismo ilustrado, basada en una férrea re­gulación, por parte del Estado, de las leyes económicas—, y precisaba de una mayor libertad. El hombre que daría una base teórica a tales aspiraciones fue Adam Smith. Na­cido en Kirkcaldy, Escocia, en 1723, estudió en la Universidad de Glas­gow y en el Balliol College de Ox­ford. Tras dar clases de Literatura y Retórica en Edimburgo, ingresó como catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Oxford. Pasa luego tres años en Francia y en 1766 regresa a Inglaterra. En el año 1776 apareció su libro In­vestigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las na­ciones, donde se reflejaban el es­píritu liberal de la Ilustración y las nuevas concepciones comerciales. El sistema de Smith, llamado libre-cambismo, partía de la natural ten­dencia del hombre a acumular ri­queza para procurarse bienestar. El juego de esta libre iniciativa no tenía por qué conducir a conflictos entre los productores, ya que la división del trabajo y la cooperación en la elaboración de un producto provo­caban la aparición de una comu­nidad de intereses. El ciudadano tendría pleno derecho a utilizar su iniciativa, tanto la fuerza de sus ma­nos como su inteligencia, como le pareciera más oportuno y el Estado no debía intervenir en ningún caso, limitándose su función a salvaguar­dar las leyes y a proteger el territorio nacional. Cada uno comerciaría con quien le pareciera más ventajoso, las aduanas serían suprimidas y las materias primas las adquiriría cada cual donde las encontrara más ba­ratas. Smith suponía que todo esto no conduciría al caos, pues los pro­pios intereses individuales se en­cargarían de equilibrar la situación. En una época de abundancia de materias primas y de mano de obra como aquélla, en la que aún había muy escasa competencia entre los mercados, las doctrinas de Smith fueron, desde luego, muy ventajo­sas para el país que las practicó. Pronto se vería cómo las cosas no son nunca tan sencillas. En el siglo XIX, un alud de conflictos sociales iba a demostrarlo.