¿Cómo puede vivir en el desier­to la palmera datilera?

   Según un refrán de los beduinos, la palmera quiere tener «los pies en el agua y la cabeza al sol». De ahí que sea la planta típica de los desiertos y los oasis. Sus raíces necesitan es­tar constantemente sumergidas en el agua y, para encontrarla, descien­den a considerable profundidad, hasta aquellas capas del terreno en las que, incluso en el desierto, es posible hallar venas subterráneas. Justamente en las zonas correspon­dientes a estas venas surgen los oasis, que son auténticas islas de vida en medio de la escualidez de las extensiones desérticas. Sin em­bargo, para crecer con fuerza, la palmera precisa de mucho sol, y así se explica la segunda parte del di­cho beduino.
   La planta adulta alcanza los doce metros de altura y presenta un tron­co cilíndrico, desnudo y relativa­mente fino, coronado por un carac­terístico mechón de hojas. Bajo este mechón surgen los racimos de flo­res que dan lugar a las bayas, que nosotros llamamos dátiles. Al prin­cipio, éstos son de color rojo, pero después adquieren un tono pardo. La palmera constituye una verdade­ra bendición para los habitantes de los oasis y de las regiones tropica­les, y no sólo por sus alimenticios frutos. En efecto, todas sus partes son susceptibles de utilización: el tronco como madera de construc­ción; las hojas para el techo de las chozas y la fabricación de esteras y cuerdas; el látex blanquecino para la elaboración de una bebida alcohó­lica; y las semillas como sustitutivo del café.