La invención del ferrocarril


   Durante el siglo XVI, en al­gunas minas de carbón alemanas e inglesas ya exis­tían carros con ruedas sobre rieles para transportar el mi­neral. Su movimiento depen­día del empuje humano o ani­mal. En 1804, el británico Ri­chard Trevithick diseñó un motor de vapor a sobrepresión aplicable a estos carros, pero su modelo resultó un fracaso porque las vías no soportaban las ocho toneladas de peso de la máquina. Otro británico, George Stephenson, se apro­vechó de la idea y construyó en 1814 una locomotora real­mente eficaz. Ya en 1825 se inauguró la primera línea pú­blica de ferrocarril del mundo, que cubría los 39 kilómetros existentes entre las localida­des inglesas de Stockton y Darlington. La locomotora de este tren arrastraba 34 vago­nes de carga y pasajeros con un peso total de 70 toneladas, y viajaba a poco más de 20 ki­lómetros por hora. El propio Stephenson mejoró el sistema de alimentación y escape de su invento para inaugurar en 1830 la línea Manehester-Liverpool, con una máquina ca­paz de arrastrar todo un con­voy a 45 kilómetros por hora. Es la primera vez que el ser humano cuenta con un trans­porte más rápido y cómodo que el galope de un caballo.
   Varias décadas después, la locomotora de vapor fue su­perada por su hermana pe­queña, la locomotora eléctri­ca. La primera realmente ope­rativa es la presentada por el alemán Werner Siemens en la feria de Berlín de 1879, y con­sistía en un simple motor eléctrico montado sobre un chasis. La dinamo de Siemens se convirtió en la fuente ener­gética destinada a mover las locomotoras del futuro.