Carlomagno

Desde los tiempos de Meroveo —a mediados del siglo V— la primera dinastía de los francos se mantuvo en el poder durante 300 años.
Sin embargo, los últimos reyes merovingios fueron tan negligentes que todo el gobierno dejaban en manos del Mayordomo de Palacio (major domus: mayor de la casa), cargo que se hizo hereditario y que llegó a tener práctica­mente la autoridad del monarca.
Uno de esos mayordomos, Pipino el Breve (así llamado por su escasa talla), consultó al Papa si le parecía justo que quien verdaderamente gobernaba el reino no fuese rey.
—"Lo justo es llamar rey al que ejerce dicha autoridad y no a quien carece de ella", repuso el Pontífice. Entonces Pipino mandó tonsurar y encerrar en un monasterio al último rey merovingio, y él se hizo proclamar Rey de los francos en el año 751. Poco después el Papa lo consa­gró "Rex Dei Gratín" (rey por la gracia de Dios), invis­tiéndolo con derecho divino.
De este modo se creó la dinastía carolingia, que trans­formó la Galia en Francia, a lo largo de dos reinados: el de Pipino el Breve y el de su hijo Carlomagno (Carlos el Grande), que verdaderamente fue el más grande de los monarcas medievales, y para algunos "el padre de Eu­ropa".


LAS GUERRAS DEL EMPERADOR
Carlomagno era un hombre de casi dos metros de altura y majestuoso porte. Tenía increíble fuerza pero voz aflau­tada. Comúnmente vestía jubón y capote; en especiales ocasiones la túnica real y la diadema. Era un notable na­dador, e intervino personalmente en casi todas sus campa­ñas. Aborrecía la embriaguez. Sabía muy bien el latín, pero prefería hablar en su lengua germánica. Con fre­cuencia mandaba que le leyesen antiguas canciones de gesta de su raza o pasajes de la "Ciudad de Dios", de San Agustín.
Mediante 53 campañas militares, Carlomagno logró ex­tender el dominio del reino franco casi a tanto como había abarcado el antiguo Imperio Romano de Occidente.
Su madre había urdido una sólida alianza entre los pue­blos lombardo y franco, haciéndolo casar con la hija de Desiderio, el rey de Lombardía. Aunque Desiderata (la deseada) era bastante fea, Carlos consintió. Pero cuando en el año 773 los lombardos invadieron los territorios pontificios que Pipino el Breve había donado al papado e intentaron apoderarse de Roma, el rey franco se opuso a aquella peligrosa expansión. Desiderata fue repudiada y mandada de vuelta con sus padres, y el ejército franco em­prendió el cruce de los Alpes.
Carlomagno venció a los lombardos y puso asedio a Pa­vía, su capital, que al fin se rindió por hambre. Desiderio fue a parar a un monasterio y el rey franco ciñó también la "corona de hierro" de Lombardía.
Cuenta la leyenda que desde la plaza sitiada, Desiderata buscaba con ansiedad la gigantesca figura de Carlos. Y cuando lo vio, hízole llegar un mensaje prometiéndole abrir la puerta de la ciudad si él accedía a recibirla. Convenido así, ella sustrajo sigilosamente por la noche la llave de la ciudad y franqueó el paso a las huestes sitiadoras, que la tomaron con furiosa acometida. . .
Cuatro años más tarde el ejército de Carlomagno cruzó los Pirineos dispuesto a destruir el emirato musulmán, des­dichada empresa en la que los francos se adueñaron de Pamplona, pero hallando tal oposición en los vascos, que el rey desistió de su plan y emprendió el regreso. En la retira­da por el paso de Roncesvalles los vascos se lanzaron sobre la retaguardia haciendo estragos. Y allí murió Rolando, el héroe glorificado en el más famoso poema épico de Francia.
Más adelante un nuevo ejército franco sometería a Barce­lona y Navarra, haciendo de ellas una ."marca" o provin­cia fronteriza. Mientras tanto Carlomagno se había dirigido a enfrentarse con los sajones, bravo pueblo germánico que no se había doblegado al cristianismo.
Tras veinte años de espantosas guerras, aquellos infieles idólatras, adoradores de Wotan, el "Padre del Todo", fueron aniquilados, y arrasado el país. No obstante, su caudillo, el indomable Widukind, seguía irreductible y pertinaz como un predestinado. Entonces el rey franco intentó reducirlo por la persuasión. Widukind escuchó sus razones y en el año 785 aceptó el bautismo, apadrinado por Carlomagno, que lo colmó de obsequios y agasajos.
El imperio se dividió en unos 300 condados que serían go­bernados por "condes" ("comes": compañero... del rey), y las provincias o marcas fueron confiadas a "marqueses". El rey vigilaba estas provincias mediante inspectores (missi dominici: emisarios del amo), y para elaborar sus leyes, consultaba en asambleas semestrales al clero, a la nobleza y a los hombres libres.


EL SACRO IMPERIO DE OCCIDENTE
Quiso el papa León III premiar a Carlomagno, que con tan­to fervor había propagado el cristianismo entre infieles y paganos, y afianzar la unidad de germanos y latinos bajo el auspicio de la Iglesia. Y le pareció buena ocasión para ello el 25 de diciembre del año 800, en que el rey franco se en­contraba en la basílica de San Pedro asistiendo a un oficio religioso. Se le aproximó, pues, el Pontífice, y le colocó sobre la cabeza una corona de oro, al tiempo que los presentes ex­clamaban :
-"¡Vida y victoria a Carlos Augusto, grande y pacífico emperador de los romanos coronado por la gracia de Dios!"
Esta inesperada consagración fortaleció a la Iglesia, que conferiría en adelante la autoridad legítima en la cristian­dad, y fortaleció al rey, acentuando el principio del derecho divino.
La rancia majestad del Imperio Romano, depurada y aso­ciada al cristianismo, dio a Europa occidental la más bella oportunidad de unión, de orden y de progreso. Pero Carlo­magno estaba viejo para seguir gobernando. Contaba casi 72 años y dos tercios de su vida los había pasado empuñando la ley y la espada.
En el año 813 llamó a su hijo Ludovico y, después de exi­girle solemne juramento de que cumpliría religiosamence con sus deberes de gobernante cristiano, lo hizo coronar empera­dor. —"¡Bendito seas, oh Señor, —exclamó luego Carlo­magno— que me has concedido la gracia de ver con mis pro­pios ojos a mi hijo sentado en mi trono!".
Algunos creyeron percibir, en ese tiempo, ciertos presa­gios fatídicos, como si fueran anuncios de muerte. Y pensa­ron en el anciano Carlomagno.
Murió, en efecto, una mañana de mucho frío. Y con él se desvanecieron, como una utopía, sus sueños de hacer con la unidad europea "la Ciudad de Dios"
Carlomagno aprendió a escribir siendo adulto. Generalmente firmaba con un mo­nograma de letras en forma de cruz, que sintetizaban su nombre latino: Karolus.
Para subsanar el analfabetismo de su época, creó en su palacio una escuela pala­tina a la que él mismo asistía como alum­no, y mandó fundar escuelas gratuitas junto a los monasterios e iglesias, reco­mendando "tener cuidado de no hacer di­ferencia entre los hijos de los siervos y los de los hombres libres, de modo que puedan llegar a sentarse en los mismos bancos para estudiar gramática, música y aritmética".
Carlomagno estableció 1.a capital del Im­perio en la ciudad de Aquisgrán, donde hizo construir un palacio y en él una ca­pilla semejante a la iglesia de San Vital, de Ravena. Residían en el palacio imperial doce guardias escogidos por sus actos de valor en las batallas, a quienes Carlomag­no distinguía llamándolos paladines o con­des del palacio.