¿Quién inventó en realidad el teléfono?


   Dice un antiguo proverbio árabe que el espíritu del viajero llega a los lugares dos o tres días después que el cuerpo. Naturalmente, el prover­bio nació en una época en la que las comunicaciones entre los hombres se realizaban de una forma bastante diferente a la de nuestros días. El espacio y el tiempo tienen, sin duda, en la época de los viajes espa­ciales, un significado distinto e incluso se ha llegado a inventar un artilugio que, en cierto sentido, ha puesto en cuestión el citado proverbio. Este artilugio es ese aparatito que hoy existe en todos los lugares del mundo y a través del cual puede mantenerse una conversación con un interlocutor que esté situado a kilómetros y kilómetros de distan­cia: el teléfono.

   Su invención, como tantas otras, ha sido de nuevo un producto del siglo XIX. Decimos esto porque, si bien es cierto que fue Alexander Graham Bell quien lo popularizó y perfeccionó, ya C. G. Page en los Estados Unidos, y P. Reis en Ale­mania, habían experimentado en 1837 y 1860, respectivamente, la transmisión eléctrica de los soni­dos. Sin embargo, sus aparatos no transmitían más que los sonidos musicales y de forma muy imperfec­ta. Bell conseguiría con su aparato que la voz humana pudiera oírse con toda claridad. Había nacido en 1847 en Edimbur­go, Escocia, y se educó en las uni­versidades de Edimburgo y Lon­dres. En 1870, al morir sus dos her­manos, se trasladó con su familia a Ontario, Canadá, y al año siguiente se instaló en Massachusetts, Esta­dos Unidos, donde fundó y dirigió una escuela para sordomudos, labor que contribuyó a fomentar su interés por las investigaciones acús­ticas. En 1873 fue nombrado profe­sor de Fisiología vocal en la Univer­sidad de Boston.

   En 1877 presentó a la Sociedad de Ingenieros Telegrafistas de Londres unos aparatos realizados por él, con uno de los cuales había mantenido en 1875 la primera conversación te­lefónica de la historia. En efecto, Bell habló en una habitación de la Universidad de Boston, delante de un transmisor, a un receptor que estaba situado en el piso de abajo de dicha universidad. La primera conversación a larga distancia se realizó el 12 de febrero de 1877 entre Boston y el Instituto de Essex, que estaba situado a 22 kilómetros.

   No obstante, su patente, fechada en febrero de 1876, fue impugnada por varios demandantes que nega­ban la primacía de Bell en el inven­to. Sin embargo, el Tribunal Supre­mo falló a su favor. Más adelante, Bell inventaría el micrófono, que Hughes perfeccio­naría y que dio al teléfono su plena eficacia.

   En 1880 el gobierno francés conce­dió al inventor el Premio Volta, con cuya subvención fundó Bell el La­boratorio Volta en Washington. Fruto del trabajo de este laboratorio sería el perfeccionamiento de un disco fonográfico de cera. Aparte de los inventos menciona­dos Bell ideó el fotófono, que trans­porta el sonido en un haz luminoso; diseñó un aparato que detecta obje­tos metálicos en el cuerpo humano; inventó una especie de ingenio simi­lar al pulmón de acero para la respi­ración artificial; descubrió un siste­ma para obtener agua potable por condensación y un método de loca­lizar icebergs mediante el eco, co­mo una especie de radar; asimismo, financió experimentos aeronáuticos y fundó la Asociación Americana para la Enseñanza de Sordomudos. Ignoramos si Bell, que murió en 1922, llegó a vislumbrar el alcance de su principal invento. El teléfono es, incuestionablemente, uno de los descubrimientos que en mayor me­dida han contribuido a intensificar las relaciones entre los seres hu­manos.