La sensibilidad de los animales se hace por mediación de los nervios; en cuanto a las plantas, éstas no tienen nada perecido a una célula nerviosa. Sin embargo, a nivel celular se pueden notar algunas reacciones; asi, en presencia de un gas tóxico o un exceso de bióxido de carbono, la planta cierra sus estomas; si la luz es muy fuerte, los cloroplastos que poseen clorofila se disponen en el fondo de las células que los contienen para recibir menos luz. La mayoría de las lianas o bejucos tienen una sensibilidad táctil; cuando sus zarcillas o sus tallos tocan un sostén hay una reacción: un movimiento de enrollamiento que permite a la planta prenderse al sostén.
Finalmente, hay algunas plantas que proponen numerosos problemas en cuanto a su funcionamiento, como las sensitivas o las dioneas, que están dotadas de movimientos rápidos (como los animales) y aún se ignora su funcionamiento. En la sensitiva, la más mínima sacudida en las hojas provoca un reblandecimiento de algunas partes de éstas; la hoja parece romperse y los foliólos se repliegan sobre si mismos. En la dionea papamoscas, el fenómeno es aún más curioso: cada mitad de la hoja está provista de tres pelos, si un insecto viene a posarse sobre sus hojas y toca un pelo (solamente al segundo contacto) la hoja se repliega bruscamente y aprisiona al insecto. En la sensitiva, el biofitón y la maranta, los movimientos de las hojas pueden ser respuestas a la luz. En las dos primeras, cuando la luz desaparece, las hojas penden tranquilamente. En la maranta, por el contarlo, la hoja horizontal (perpendicular a los rayos luminosos), pasa a la vertical.