¿Quién esculpió la Victoria de Samotracia?

   El helenismo es una corriente que se forma mediante la fusión de la cultura clásica griega con la orien­tal, que los griegos conocieron a través de las conquistas de Ale­jandro Magno. Una de las ca­racterísticas que determinaron la escultura fue el mecenazgo; pasó de las ciudades a los particulares, por lo cual sucedió que escultores de mayor o menor valía adquirieron fama gracias a sus trabajos por en­cargos de reyes o gobernantes, mientras otros, de igual talento, permanecieron en el anonimato al ser sus obras encargos de ciudada­nos de un lugar poco relevante en la escala social. Así, uno de los escultores cuyo nombre no ha llegado a nuestros días es el autor de una de las más hermosas esculturas de todo el arte griego, la Victoria de Samotracia. Representa a Nike, la diosa de la Victoria en la mitología griega, hi­ja del gigante Pallas. En el arte griego se solía representar a Nike como una pequeña figura llevada en las manos de otras divinidades, a veces llevando una rama de palme­ra, una corona o el bastón de Mer­mes, como mensajera de la victo­ria. Otras veces aparece simplemen­te con las alas desplegadas, sus­pendida en el aire sobre el vencedor de una competición, pues sus fun­ciones se referían no sólo a la victo­ria en la guerra sino en cualquier otra empresa.

   La Victoria de Samotracia aparece así, con las alas desplegadas. Fue descubierto en Samotracia, isla griega del mar Egeo, en 1836, y ac­tualmente se conserva en el Museo del Louvre. Su anónimo autor per­tenece probablemente a la escuela de Lisipo, artista nacido en el Peloponeso y escultor preferido de Alejandro Magno. Las obras de esta escuela se caracterizan por un nue­vo sentido de las sombras y un sen­timiento más inmediato de la vida. Las figuras adquieren una mayor esbeltez y realismo, perfeccionando el estilo de la escuela precedente, la de Polícleto. Todas estas cuali­dades se aprecian perfectamente en la Victoria de Samotracia. La esta­tua, de la que no se conserva la ca­beza, fue esculpida hacia el año 300 a.C., en mármol, quizá para conme­morar una batalla naval. Es difícil hallar en otra escultura tal realismo. Su autor consiguió plasmar en ella el movimiento a través de los pliegues de la túnica agitada por el viento.