Martín Lutero

LUTERO, MARTÍN (1483-1546). Reformador religioso alemán. Nació en Eisleben, Alemania. Sus padres, campesinos pobres recién radicados en Turingia, aspiraban que su hijo fuera aboga­do y se esforzaron por enviarlo a estudiar. No existe fundamento para creer, como se ha di­cho, que el padre de Lutero fuera husita y es­tuviera distanciado de la Iglesia. Lutero se crió en una atmósfera piadosa basada en las creencias religiosas y las supersticiones carac­terísticas de su tiempo.

A los siete años de edad comenzó sus estu­dios en una escuela latina de su ciudad natal y, según Mathesius, fue un estudiante apto y diligente. A los 14 años pasó a Magdeburgo para continuar sus estudios y, de acuerdo con las costumbres de la época, se ganó la vida como cantante callejero. Al terminar el año escolar se trasladó a Eisenach, donde se interesaron por él Kuntz Cotta y su esposa, que lo alber­garon en su casa y lo libraron de la necesidad de cantar en las calles para ganarse el pan. También fue afortunado en encontrar excelentes maestros de matemáticas, gramática, retórica y literatura latinas, materias en las que so­bresalió fácilmente. Concluidos sus estudios preparatorios, que duraron tres años, ingresó en la Universidad de Erfurt en 1501. En 1502 obtuvo el grado de bachiller en artes, y en 1505 se licenció en dicha disciplina. Súbita­mente, en el mismo año, decidió hacerse agus­tino. Después de estudiar dos años teología, se ordenó de sacerdote y comenzó a enseñar la ética de Aristóteles en la Universidad de Wittenberg. Estuvo siete meses en Roma en 1510 para arreglar diferencias con la otra rama de su orden. En 1512 se doctoró en teología, y de 1513 a 1518 explicó las Sagradas Escrituras.

En octubre de 1517 publicó 95 proposiciones relativas al sistema de indulgencias y a los abusos que con base en él se cometían. Sometió sus tesis a debate fijándolas en la puerta del castillo de Wittenberg, que era el lugar en que se colocaban las noticias de la universidad. Para él constituyó una gran sorpresa que sus 95 tesis se convirtieran en la base de una creciente rebelión contra la Iglesia de Roma. Se sintió abatido ante la condenación de sus opiniones por parte de la Iglesia, que también le ordenó comparecer en Roma para ser sometido a juicio y para respon­der de sus errores.

Lutero, al parecer, no se daba cuenta cabal del alcance de sus ideas. En julio de 1519, en un debate, Juan Maier Eck lo obligó a declarar que creía que tanto papas como concilios ha­bían cometido errores. Tal declaración lo con­virtió en hereje desde el punto de vista de la Iglesia católica, y en junio de 1520 el papa, en una bula, lo declaró hereje. Le concedió un plazo perentorio para retractarse de las opiniones que había expresado y para hacer la paz con la Iglesia. En lugar de ello, Lutero precisó aún más sus ideas en tres escritos suyos: el Discurso a la Nobleza Alemana, De la Cautividad Babilónica de la Iglesia y De la Libertad Cristiana. Estas obras no dejaron lu­gar a dudas de que se encontraba realmente distanciado de la Iglesia de Roma y de sus pre­tensiones de total autoridad.

En camino de regreso a Wittenberg fue se­cuestrado por amigos que lo condujeron, para su propia seguridad, al castillo de Wartburgo. Allí fue donde hizo su traducción del Nuevo Testamento al alemán.
Al salir de su escondite no pudo reprimir la agitación del pueblo producida por sus ideas, ni impedir la división de sus partidarios.

El 13 de julio de 1525 contrajo matrimonio con la ex monja Catalina de Bora, de la cual tuvo seis hijos.
Algunos historiadores estiman que no fue Lu­tero quien dirigió la revolución religiosa. Sus contradicciones intelectuales no pudieron dar base al movimiento religioso que lo arras­tró. Por eso, según algunos, el verdadero ce­rebro del protestantismo no fue él, sino Juan Calvino.

Lutero aspiraba a que sus ideas influyeran sobre la vida cotidiana con escritos tales como su Catecismo. Terminó su traducción al ale­mán de toda la Biblia. Desempeñó papel im­portante en la redacción de la Confesión de Augsburgo.

Pasó sus últimos años en su antiguo convento de Wittenberg, secularizado hacía tiempo. Ha­cia el fin de su vida escribía amargas lamenta­ciones por la disolución y división reinante en la revolución religiosa, y deseaba escapar de Wittenberg.

Continuó ocupando la cátedra y el pulpito en Wittenberg, donde sus cualidades como ora­dor fácil y brillante hicieron que sus servi­cios y sus consejos estuvieran en gran deman­da. Descuidó su salud y, finalmente, después de corta enfermedad, murió en el pequeño po­blado de Eisleben, donde había nacido, a los 63 años de edad.

Permaneció constante, hasta el final de su vida, a las doctrinas que había enseñado. Su cuerpo fue trasladado de Eisleben a Witten­berg, donde, el 22 de febrero, fue enterrado en la capilla del castillo en presencia de su viuda, sus hijos y gran número de concurrentes.