Desde que existen las grandes velocidades hacia los 700 km por hora, el rendimiento de los motores de pistón clásicos ha disminuido rápidamente. Para alcanzar y superar la velocidad del sonido ha sido necesario recurrir a los motores de reacción, cuyo principio es el mismo de los cohetes.
Como no tienen ni pistones ni bielas de movimiento alternativo, estos motores, tan simplificados mecánicamente, permiten aumentar considerablemente el empuje (y, por lo tanto, la velocidad), que en este caso está producido por la violenta eyección de los gases quemados. Por añadidura, las vibraciones quedan eliminadas. Existen varios tipos de estos motores:
Los turborreactores están compuestos de un compresor, de una cámara de combustión (donde el oxígeno del aire aspirado por el motor quema el combustible, que consiste en un hidrocarburo menos volátil y más pesado que la gasolina. como el queroseno) y de una turbina de gas. La hélice sigue utilizándose en el turbo-propulsor, que es análogo al turborreactor, pero cuya turbina acciona, además del compresor, una hélice propulsora. En este caso, la reacción directa de los gases expulsados solo proporciona un apoyo de propulsión al impulso dado por la hélice.
El estatorreactor no consta de ningún órgano móvil. Por lo tanto, no posee compresor. Debido a esta ausencia, el caudal de aire resulta proporcional a la velocidad del vuelo. Cuando el aparato está inmóvil, el caudal y, por lo tanto, el impulso, son nulos. De ahí la necesidad de dotar al avión de un propulsor auxiliar para el despegue y el aterrizaje, lo cual conduce a la fórmula del turboestatorreactor