¿Quién edificó el acueducto de Segovia?


   Uno de los monumentos romanos más importantes y mejor conserva­dos es el acueducto de Segovia, que cruza esta ciudad. Aunque la in­geniería romana fue capaz de cons­truir acueductos de decenas de ki­lómetros de longitud para llevar agua hasta las ciudades, ninguna de es­tas obras alcanza la monumentalidad imponente del acueducto segoviano, cuyas dos hileras de 160 arcos superpuestos se alzan a lo largo de 800 metros de longitud. Los pilares inferiores, que en su punto de ma­yor altura alcanzan casi 30 metros, son de planta rectangular, con los lados más cortos en los frentes, lo que dota al acueducto de una extra­ordinaria esbeltez cuando se le contempla de lejos; ello contrasta con la impresión de ciclópea fortaleza que ofrece visto al sesgo y a poca dis­tancia. Por otro lado, es admirable la perfecta proporción entre la ar­quería inferior y la superior. En cuanto a su arquitecto, es abso­lutamente desconocido, lo que tam­bién sorprende, ya que aquello no lo pudo diseñar un cualquiera. Hay quien afirma, apoyándose en que ambas obras datan de la misma épo­ca, que debió ser el mismo arqui­tecto que hizo el puente de Alcán­tara, Cayo Lácer. Pero ni siquiera la fecha exacta de la construcción se conoce, ya que la obra ofrece un tipo de edificación más arcaico, más propio de la época republicana que de la de Trajano, a la que tradicionalmente se ha dicho que pertene­ce el acueducto.

Antonio Machado

  Antonio Machado fue un poeta eminente en las letras es­pañolas del siglo XX. Nació en Sevilla e hizo sus estudios en esa ciudad y en Madrid. Perte­neció a la Real Academia. Murió en Francia a donde había marchado al exilio al acabar la guerra civil.
  Machado inició su carrera poética en 1903 con su libro Soledades; le siguieron Soledades, galerías y otros poemas (1907), Campos de Castilla (1912), Nuevas canciones (1924) y otros poe­mas que fueron apareciendo en las ediciones de sus Poesías completas. También fue periodista, y en prosa escribió Juan de Mairena y diversos artículos y ensayos. Con su hermano Manuel produjo para el teatro, entre otras, Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel (1926), Juan de Manara (1927), La Lola se va a los puertos (1930), La duquesa de Benamejí (1932).
  Antonio Machado fue un poeta dotado de un sentido profundo de la vida popular española, y con la mirada puesta en el pueblo y la tierra donde se cantaron los antiguos romances, parece más un intérprete de la poesía dispersa en el ambiente que un pintor de las cosas de donde emana esa poesía. El paisaje se humaniza en su verso, y así llega el autor a la sencillez poética y comunicativa que conquista al lector. En Campos de Castilla evidencia su preocupación por la renovación de los valores históricos y la reforma espiritual de España; muestra, como todos los de la genera­ción del 98, la angustia por el destino español. En la última modalidad de su poesía hay un fondo filosófico del que trascienden sus in­quietudes religiosas y ontológicas. Sin innova­ciones técnicas fundamentales, a base simple­mente de la autenticidad de expresión y de fondo de su poesía, Antonio Machado alcanza bellezas esenciales en versos inmortales que nunca padecen de alardes retóricos.

La leyenda de Rómulo y Remo

LOS LEGENDARIOS FUNDADORES DE ROMA
De acuerdo con una famosa leyenda, el príncipe troyano Eneas, sobreviviente de la ciudad de Ilión, había llegado, después de muchas aventuras, a las costas del Lacio.
Allí se había establecido, después de haberse casado con la hija del rey Latino. El hijo de Eneas fundó la ciudad de Albalonga, capital de los latinos, y se convirtió en su rey. Transcurrieron cuatro siglos; ocho generaciones de so­beranos se sucedieron en la ciudad, hasta que, hacia el si­glo VIII a. de J. C., se hallaba en el trono el rey Numitor.

Éste tenía un hermano, Amulio, quien lo despojó del trono. Numitor tenía una hija, Rea Silvia; para que ésta no pudiese tener hijos, que habrían podido destronarlo, Amulio la obligó a convertirse en sacerdotisa del templo de Vesta. Pero el dios Marte se desposó secretamente con Rea Silvia, que fue madre de dos gemelos. Cuando Amulio se enteró de este hecho, ordenó que Rea Silvia fuese sepul­tada viva, y los dos gemelos ahogados en el río Tíber. Pero un criado piadoso colocó los gemelos en un canasto, aban­donándolos a las olas. La frágil embarcación encalló pronto en la orilla y los gritos de los dos pequeños llamaron la atención de una loba que vivía en la selva vecina. La fiera, en vez de devorarlos, los amamantó y los cuidó.

En recuerdo de este hecho el escudo de Roma lleva, pre­cisamente, una loba que amamanta a dos niños; alguna otra leyenda dice, sin embargo, que se trataba de una mujer a quien se había apodado Loba.
Recogidos luego por un pastor, Faustolo, los dos geme­los crecieron robustos y valientes. Llegados a hombres, des­cubrieron el secreto de su origen; con un grupo de com­pañeros regresaron a Albalonga, asesinaron al usurpador y liberaron al viejo Numitor, su abuelo, reponiéndolo en el trono. Luego decidieron fundar una nueva ciudad, cerca del río del cual habían sido salvados.