Uno de los monumentos romanos más importantes y mejor conservados es el acueducto de Segovia, que cruza esta ciudad. Aunque la ingeniería romana fue capaz de construir acueductos de decenas de kilómetros de longitud para llevar agua hasta las ciudades, ninguna de estas obras alcanza la monumentalidad imponente del acueducto segoviano, cuyas dos hileras de 160 arcos superpuestos se alzan a lo largo de 800 metros de longitud. Los pilares inferiores, que en su punto de mayor altura alcanzan casi 30 metros, son de planta rectangular, con los lados más cortos en los frentes, lo que dota al acueducto de una extraordinaria esbeltez cuando se le contempla de lejos; ello contrasta con la impresión de ciclópea fortaleza que ofrece visto al sesgo y a poca distancia. Por otro lado, es admirable la perfecta proporción entre la arquería inferior y la superior. En cuanto a su arquitecto, es absolutamente desconocido, lo que también sorprende, ya que aquello no lo pudo diseñar un cualquiera. Hay quien afirma, apoyándose en que ambas obras datan de la misma época, que debió ser el mismo arquitecto que hizo el puente de Alcántara, Cayo Lácer. Pero ni siquiera la fecha exacta de la construcción se conoce, ya que la obra ofrece un tipo de edificación más arcaico, más propio de la época republicana que de la de Trajano, a la que tradicionalmente se ha dicho que pertenece el acueducto.