UN GRAN HISTORIADOR
Tito Livio (59 a. de C.-17 después de C.). Nació en Padua este excelente estilista e historiador, uno de los más grandes escritores latinos. Afirmaba Asinio Polión que en su lenguaje se advertía cierta patavínitas o influencia regional paduana, y es probable que los finos oídos de los hombres cultos de aquel tiempo la advirtieran; sin embargo, un crítico afirmó que había más asinínitas en Polión que patavínitas en Livio.
Es más artista que historiador; todo cuanto le interesa desde el punto de vista de la brillantez y de la anécdota lo recoge sin vacilación, por lo que no puede hablarse de su objetividad histórica. Cuando la fuente que utiliza es buena, la historia de Tito Livio es de calidad primerísima; pero por desgracia, la fuente no es buena en todas las ocasiones, y las Décadas resultan frecuentemente anecdóticas. En sus manos, la Historia se universaliza, al mismo tiempo que adquiere caracteres verdaderamente nacionales. Para este historiador latino, lo esencial es dar a la posteridad un cuadro hermoso y humano de Roma y de su grandeza: por eso, es a veces parcial cuando habla de los enemigos. Los personajes históricos salen de sus manos con la grandiosidad con que podrían salir de la paleta de Velázquez o del cincel de Fidias.
La obra está planeada en un principio en décadas, de ahí, el título con que es conocida, aunque su verdadero título latino es Titi Livii ab urbe condita. De sus 142 libros, se conservan 35 y algunos fragmentos de casi todos los demás; desconocemos en absoluto el contenido de los libros 136 y 137, porque el autor de los resúmenes conservados de los demás libros no tuvo a mano, sin duda, los originales correspondientes. Nos cuenta la historia de Roma desde su fundación hasta la muerte de Druso, hermano de Tiberio, el 9 a. de C. Seguramente, Livio no pasó adelante porque lo sorprendió la muerte. Era amigo y protegido de Augusto, quien toleró liberalmente sus juicios favorables a Pompeyo y Bruto, y adversos a César; el emperador lo llamaba cariñosamente pompeyano y parece que le confió la educación de Claudio. Fue elogiado por Séneca, Quintiliano y Tácito, entre otros; este último lo llama "preclaro entre los primeros en elocuencia y sinceridad". Realmente, su valentía y su objetividad moral y política acrecientan el valor de su trabajo de modo extraordinario; y sus discursos, que el autor aprovecha en muchos casos para exponer sus ideas políticas y morales, son una de las partes esenciales de la obra.