La terapia génica extiende la vida de un ratón en un 24 por ciento


Recientemente, los científicos han sido capaces de utilizar un solo tratamiento de terapia génica para extender la vida de un ratón de manera notable.

Este tratamiento sobre longevidad es único en su tipo ya que trabaja en los mamíferos y se puede aplicar sin necesidad de manipular los genes en estado embrionario. El método consiste en inducir a las células para que produzcan telomerasa, una enzima que puede retrasar el reloj biológico.

El tratamiento no sólo extiende la vida sino que también provoca una reducción significativa en la dolencias relacionadas con la edad tales como la osteoporosis. Si bien aún no está listo para su uso en seres humanos, la investigación indica que el tratamiento es seguro y factible para un tratamiento potencial en el futuro que será capaz de frenar el proceso de envejecimiento.

¿Cómo funciona un radiómetro?


   El radiómetro es un artilugio que durante mucho tiempo ha figurado en los escaparates de los óp­ticos y que anima también las vitrinas de las tiendas de objetos recreativos. Es un aparato que intriga. Uno se pregunta qué es lo que hace girar indefinidamente, en el interior de una ampolla de cristal, un ligero molinete de cuatro aletas de alu­minio ennegrecidas por una de sus caras.
   Se puede comprobar que la luz interviene en este fenómeno. En efecto: cuanto más viva es la luz, más rápidamente gira el molinete; al bajar aquélla, éste aminora su marcha.
   Explicación: las caras negras de las aletas absorben las radiaciones recibidas, mien­tras que las caras brillantes las reflejan. Las primeras, por tanto, se calientan y el aire residual de la ampolla, en la cual hay un vacío parcial, se expande al contacto con las superficies negras y empuja las aspas del molinete.
   El inventor del radiómetro, William Crookes —sabio inglés que descubrió los rayos catódicos—, suponía que la rotación del molinete, era debida a la presión de radia­ción ejercida por la luz. Se equivocaba: esta presión no es suficiente. Si el vacío de la ampolla es excesivo, el radiómetro no funciona, lo que demuestra el papel de las moléculas de aire: si son demasiado raras, no pueden vencer el rozamiento del eje del molinete sobre su pivote.



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¿Quién inventó el timón?


   La navegación debe de ser casi tan antigua como el hombre. El simple hecho de ver un tronco arrastrado por la corriente de un río ya debió sugerirle la posibilidad de moverse sobre las aguas encima de un cuer­po flotante, utilizando ese río como «un camino que se mueve». Es muy probable que este hombre primitivo utilizase una pértiga o palo con el que, apoyándolo en el fondo, pu­diera dirigir su improvisada embar­cación. No tardaría seguramente en aparecer la balsa, como unión de varios troncos, más estable y capaz de transportar una carga mayor. Tampoco tardaría en aparecer la ca­noa, como consecuencia de vaciar un tronco, que haría la embarcación más ligera. La prehistoria de la na­vegación se fue así desarrollando lentamente hasta que hacia el año 3500 antes de C. hizo su aparición un elemento primordial, la vela. A partir de entonces quedaba solu­cionada buena parte del problema principal; la propulsión de la nave podía aprovechar un medio sustitutivo de los fatigados brazos del ma­rino: la fuerza del viento. Quedaba sin embargo por solucionar el otro gran problema, el de la dirección que se quisiera dar a la embarcación independientemente de las corrien­tes o de los caprichos del viento. Este problema tardaría aún siglos en empezar a resolverse, lo que puede decirse que ocurrió con la aparición del timón. Entre el año 2500 y el 2000 antes de C. aparece el remo sustituyendo a la pértiga impulsora. En los antiguos documentos egip­cios de esta época aparecen ya imá­genes de naves con remos y vela cuadrada navegando por el Nilo. Por fin, hacia el año 1500 antes de nuestra era, hace su aparición una embarcación con un remo fijo colo­cado en la popa a modo de timón. Desde luego que no sabemos quién tuvo la idea de colocar uno de los remos como timón, pero existen grandes probabilidades de que ello se le ocurriera a un fenicio. La apari­ción del instrumento capaz de dotar de dirección a la embarcación se corresponde con la hegemonía na­vegante, descubridora y comercial de los fenicios, pueblo de pescado­res, mercaderes y piratas, astutos y audaces, que no dudaron en aven­turarse más allá de los límites del Mediterráneo en busca de las islas del estaño, tras haber surcado a lo largo y a lo ancho todas las aguas del Mare Nostrum.