Se puede comprobar que la luz interviene en este fenómeno. En efecto: cuanto más viva es la luz, más rápidamente gira el molinete; al bajar aquélla, éste aminora su marcha.
Explicación: las caras negras de las aletas absorben las radiaciones recibidas, mientras que las caras brillantes las reflejan. Las primeras, por tanto, se calientan y el aire residual de la ampolla, en la cual hay un vacío parcial, se expande al contacto con las superficies negras y empuja las aspas del molinete.
El inventor del radiómetro, William Crookes —sabio inglés que descubrió los rayos catódicos—, suponía que la rotación del molinete, era debida a la presión de radiación ejercida por la luz. Se equivocaba: esta presión no es suficiente. Si el vacío de la ampolla es excesivo, el radiómetro no funciona, lo que demuestra el papel de las moléculas de aire: si son demasiado raras, no pueden vencer el rozamiento del eje del molinete sobre su pivote.
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