¿Dónde están los Grandes Lagos?

   Los 5 grandes lagos norteamericanos, situados en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, son tan extensos que parecen auténticos ma­res y se puede navegar por ellos sin divisar tierra en el horizonte.
   Cuatro de los cinco Grandes Lagos de­sempeñan el papel de frontera entre Canadá y Estados Unidos. El nivel del lago Superior rebasa el del Michigan y ligeramente el Hurón, y sus aguas se vierten en ellos a través de un salto de 6 metros de caída de 1 200 metros de extensión: el salto de Santa María. El Erie recibe a su vez las aguas de los tres anteriores y los canaliza hacia el Ontario, que se encuentra a un nivel 100 metros inferior. Esta diferencia de altura da lugar a las más célebres ca­taratas del mundo: las del Niágara. El río San Lorenzo y diversos canales per­miten a los barcos pasar de los grandes lagos al Atlántico.

¿Por qué el Ecuador se llama así?

   La línea del Ecuador, en su vuelta al mundo, recorre muchos países de varios continentes; sin em­bargo, solamente uno, a orillas del océano Pacífico, en América del Sur, lleva este nombre. ¿Por qué?
   El motivo es geográfico, naturalmente, pero tam­bién sobre todo, histórico. En el siglo XVIII la ver­dadera forma de la Tierra intrigaba a los hombres de ciencia. Se sabía, claro está, que era aproximada­mente una esfera, pero dos hipótesis, cada una de ellas con apasionados defensores y ardientes detrac­tores, preocupaban a los hombres sabios: una era la de Newton, que sostenía que la Tierra, en virtud del movimiento de rotación, debía ser achatada en los po­los; la otra era la de los hermanos Cassini, quienes se basaban en los erróneos resultados obtenidos al me­dir un arco de meridiano, en Francia, y sostenían que el achatamiento debía ser ecuatorial.

Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia

   En la plaza del mercado de la antigua Atenas, una multitud rodea­ba a un hombre que, por el desorden de sus ves­tidos, la rareza de sus gestos y el brillo de sus ojos, parecía un loco. De pronto, en voz alta y en verso, se dirigió a los atenienses diciendo:
   "Vengo de la hermosa isla de Salamina y el mensaje que traigo para vuestros oídos lo he pues­to en una canción".
   La muchedumbre escuchaba con terror y sorpre­sa, porque era evidente que ningún hombre cuerdo hubiese corrido el riesgo de pronunciar tales pala­bras. Los atenienses habían realizado tantos y tan costosos intentos para rescatar a Salamina, que ante sus fracasos, habían dictado una ley en la que se prohibía bajo pena de muerte la sugestión de que se realizara una nueva tentativa. En aquel frené­tico poeta que públicamente declamaba sus apa­sionadas palabras, la gente había reconocido al aristócrata Solón, que esperaba escapar a la pena impuesta por la ley fingiéndose loco para mani­festar sus deseos: "Vamos a Salamina, hermanos, luchemos por la hermosa isla y alejemos para siem­pre de nosotros el peso insoportable de la ver­güenza".