HABLAR lo peor posible de los propios enemigos y describirlos comparándolos con las bestias feroces para desatar el odio y el terror hacia ellos, y despertar el deseo de combatirlos es, evidentemente, una costumbre muy antigua. Cabe agregar que cuanto mas terrible es el enemigo, tanto mayor la gloria del vencedor. En los escritos de numerosos autores latinos se encuentran las mas aterradoras descripciones del aspecto y de los usos de los pueblos que residían allende los Alpes, a los cuales los romanos lograron someter. Con todo, no obstante las tintas un tanto "cargadas", estas descripciones son las únicas que permiten conocer las costumbres de aquellos pueblos que los romanos definían como "bárbaros". El mismo Julio César, que al combatirlos tuvo ocasión de conocerlos a fondo, y el historiador Cornelio Tácito, son los más famosos entre los escritores que trataron el tema. Se pueden obtener también útiles conocimientos observando las esculturas con las que los romanos adornaban los arcos y las columnas para celebrar sus victorias, ya que, al ilustrar los episodios, los artistas representaron viviendas, enseres y vestimentas de aquellos pueblos bárbaros. Como los griegos los romanos, también los galos y los germanos eran pueblos descendientes de las tribus indoeuropeas emigradas de Asia hace muchos milenios.
LOS GALOS
Una tribu indoeuropea, la de los celtas, se estableció en la región del río Rin y dio origen a muchos pueblos que emigraron en los siglos subsiguientes, extendiéndose por las regiones del oeste de Europa. Entre estos figuraban los galos, que se establecieron entre los años 700 y 400 antes de Cristo, en el territorio que tomó el nombre de Galia.
Aquellas extensas tierras estaban por aquel entonces cubiertas en sus dos tercios por bosques y el resto ocupado en su mayor parte por pantanos. Los galos, sin embargo, encontraron en ese ambiente los recursos necesarios para la vida: en los bosques practicaban fácilmente la caza y en los pantanos la pesca. Gradualmente abandonaron el nomadismo y se transformaron en agricultores, cultivando sobre todo el trigo y la vid.
Eran, asimismo, afectos a la vida tranquila de comerciantes y artesanos. Se conservan numerosos testimonies de la habilidad de los obreros galos: vasos plateados (de los cuales, la ciudad de Alesia era productora famosa), collares de oro, plata y cobre, y objetos fundidos en hierro y bronce. También se excavaban las minas empleando técnicas bastante adelantadas. Los galos no levantaron grandes ciudades sino que poblaron la comarca de numerosos caseríos y aldeas, cercando los más grandes con murallas de piedra y empalizadas.
Jamás constituyeron un estado único sino que, divididos en unos sesenta pueblos, consagraban la mayor parte de su tiempo a combatir entre ellos.
Los más fuertes y numerosos entre estos pueblos eran los belgas, eduos y aquitanos.
Estas continuas guerras intestinas permitieron y facilitaron la conquista romana. Cesar, que disponía de un armamento superior y aplicaba avanzadas técnicas bélicas, pudo someter a la Galia íntegra, aprovechando inclusive alianzas, ora con uno, ora con otro pueblo galo.
LOS GERMANOS
A partir del milenio III antes de Cristo, algunas tribus indoeuropeas se habían establecido en la Península Escandinava y sobre las costas del mar Báltico. Siendo nómadas, fueron extendiendo gradualmente el radio de sus migraciones, y ya unos siglos antes de la Era Cristiana ocupaban casi toda la región norte de Europa. En tiempos de Julio César comenzó a llamarse a esta gente con el nombre de germanos.
La etimología de este vocablo es muy dudosa.
Refiriéndose a ellos, el escritor romano Cornelio Tácito dice: "los germanos aman el ocio y odian la paz". Esta afirmación traza breve y eficazmente el carácter de este pueblo. Hombres rudos, inclinados a la violencia, cuya única ocupación agradable era la de la guerra. Cualquiera que tuviera fuerza suficiente para hacer de la guerra su modo de vida era considerado indigno si se conformaba con ganarse el pan mediante el trabajo. Hombres fuertes y belicosos, se transformaban, en los breves periodos de paz, en cultores del ocio y de la inactividad. El guerrero germano, en su casa, era un holgazán que pasaba los días durmiendo o participando con sus compañeros en impresionantes comilonas. El cuidado del hogar era confiado íntegramente a las mujeres, los ancianos y los inválidos. Con todo, los germanos eran admirados por su lealtad y honestidad. Su extrema fidelidad al juramento prestado contribuyó a que los emperadores romanos escogieran siempre entre guerreros germanos sus guardias personales. Los romanos admiraban otros dos bellos dones morales de estos "bárbaros": su gran respeto por el huésped forastero y la gran estima que dispensaban a la mujer.