Las enfermedades infecciosas han acompañado por siempre al ser humano, al grado de producir estragos en la población. Durante cientos de años no se sabía por qué ni como estas se transmitían. Los primeros curanderos aseguraban que una enfermedad era provocada por un castigo divino o consecuencia de una brujería. Al término de la Edad Media, en 1530, el medico italiano Girolamo Fracastoro se aventuró a decir que enfermedades como la sífilis se esparcían por 'semillas' que tenía la mujer y se contagiaban al hombre mediante el contacto sexual. Tuvieron que pasar más de 150 años para que, mediante el recién descubierto microscopio, el holandés Anton van Leeuwenhoek, en 1680, hallara a los responsables de las infecciones: los microorganismos. A pesar de la incredulidad y rechazo, tiempo después fue aceptado el término 'contagio'. No obstante ese hallazgo, los médicos se encontraban con las manos atadas, pues cuando un enfermo o herido desarrollaba fiebre, era el preámbulo de la muerte, incluso en los mismos hospitales. Por ejemplo, entre 1864-1866 la tasa de mortalidad en el hospital de Joseph Lister, en Glasgow, Inglaterra, entre los pacientes sometidos a cirugía mayor, era del 45%, debido a que las heridas se infectaban y los doctores solo podían realizar intervenciones destinadas a salvar la vida del enfermo, las cuales consistían en incisiones y drenaje de los abscesos y la amputación del miembro gravemente lesionado o infectado. En 1865 el médico Lister descubrió que la asepsia en el quirófano ayudaba a reducir la tasa de mortalidad, pero no a prevenir del todo las infecciones. No fue sino hasta que el biólogo Alexander Fleming descubrió en 1928 la penicilina, el primer antibiótico, cuando se eliminaron las infecciones. Gracias a su descubrimiento fueron salvadas miles de vidas durante la Segunda Guerra Mundial, y esto lo hizo acreedor al Nobel de Medicina en 1945.