Tanto en la ciudad como en el campo, el taxista transporta en su coche clientes que lleva a la dirección que éstos le han indicado previamente, a cambio de lo cual percibe una retribución.
En las grandes ciudades, los taxis llevan un contador, el taxímetro, que va conectado con el motor y que indica, al término del viaje, su importe total. Casi siempre, el pasajero añade una propina, más o menos generosa según que el taxista haya sido o no amable, rápido y prudente. La enorme cantidad de avenidas, calles, pasajes, callejuelas y plazas de la gran ciudad exige del taxista una memoria infalible para tomar sin error la dirección indicada. Hay que tener también presentes las direcciones prohibidas, saber evitar en lo posible los embotellamientos y dar prueba de paciencia cuando se producen lo mismo si es propietario de su coche como empleado de una compañía de taxis.