El gran auge cultural que alcanzó la España musulmana en el siglo XII, con figuras como Averroes, tuvo su equivalente en la España cristiana, un siglo mas tarde. Los cristianos empezaban ya a sentir de su lado la ventaja en el dominio de la península, lo que repercutió en la aparición de un cierto florecimiento cultural: se adoptó el Derecho Romano, se crearon universidades y empezaron a utilizarse las lenguas romances, en vez del latín. Muchas de estas iniciativas tuvieron un mismo origen, el rey Alfonso X, a quien se llamó el Sabio. Era hijo de Fernando III, el Santo, rey de Castilla, y había nacido en 1221. Escribió una obra poética en gallego, las Cantigas, pero de más importancia que sus propias obras fueron los proyectos que mando emprender bajo su supervisión. Así nacieron obras históricas, como la Crónica General y la General Historia; jurídicas, como el Código de las Siete Partidas, y astronómicas, como las Tablas Alfonsíes, donde las teorías de Tolomeo se enriquecían con muchas correcciones efectuadas en Toledo. Pero su empresa más importante, que resultaría de vital trascendencia para la cultura europea, fue la fundación de la Escuela de Traductores de Toledo, donde se llevaron a cabo versiones al latín y al castellano de gran número de obras filosóficas y científicas clásicas, que los árabes habían recogido. Fue este uno de los caminos gracias a los cuales el inmenso legado del pensamiento grecorromano no se perdió en la noche de los tiempos.
La actividad de Alfonso X no se limitó a la creación de este centro cultural, sino que lo supervisó personalmente: seleccionó colaboradores y vigiló la redacción de las diversas obras que se escribían. La labor del rey, en conjunto, representa una síntesis de las culturas cristiana, árabe y hebrea y un enriquecimiento de la lengua castellana con nuevos términos científicos. Alfonso X murió en 1284.