La aparición del fonógrafo significó la decadencia de la graciosa caja de música, inventada a fines del siglo XVIII por el relojero ginebrino Antoine Favre y que gozó de gran popularidad en el transcurso del siguiente siglo. Promovió, incluso, toda una industria, cuyo centro fue Ginebra y, después, Sainte-Croix, en el Jura suizo, donde todavía se mantiene. Sigue habiendo aficionados a estas dispensadoras de gráciles sonidos cristalinos de evocador encanto, particularmente en Alemania y Holanda. Su mecanismo se pone en marcha cuando se utiliza un salvamanteles o se levanta una botella de licor. Antaño, las cajas de música amenizaban toda clase de objetos: relojes, tabaqueras, cofrecillos, juguetes, etc.
La caja de música comprende un peine musical situado frente a un cilindro con púas. Este es movido por un mecanismo de relojería regulado por medio de un molinete de aletas. El peine es de acero, y esta formado por una serie de laminillas flexibles, desiguales, cada una de las cuales produce una nota diferente. Al girar el cilindro, las púas de que está provisto ponen en vibración estas láminas. Naturalmente, las púas están dispuestas de forma que produzcan determinada tonada.
Algunas cajas de música pueden tocar varias tonadas, ya que el cilindro puede desplazarse a lo largo de un eje y presentar así, ante las laminas del peine, las púas correspondientes a la tonada que se haya elegido.
En el siglo XIX se fabricaron modelos que eran verdaderos muebles, dotados de cilindros intercambiables que constituían una colección de tonadas grabadas.