De todos los jóvenes seguidores de la filosofía hegeliana, ninguno llegaría a alcanzar una trascendencia tan enorme con su obra como Karl Marx, un judío alemán nacido en 1818 en la ciudad de Tréveris. Marx estudió Derecho y Filosofía en las universidades de Bonn y Berlín, donde entró en contacto con los jóvenes de la izquierda hegeliana, estudiando a fondo las ideas de Hegel, a las que, sin embargo, empezó enseguida a poner objeciones. Pero no fue únicamente Hegel el inspirador de su pensamiento, pues los socialistas utópicos franceses, especialmente Fourier, Proudhom y Leroux, ocuparon también un destacado lugar en su formación. Asimismo fue influido por Feuerbach y Saint-Simon de una manera considerable. En 1844 conoció en París a Engels, con el que mantuvo una gran amistad durante toda su vida y con quien colaboró en varias obras. Con él fundó en 1847 la Liga de los Comunistas, cuyo programa político y filosófico resumieron en el Manifiesto Comunista. También en París, conoció a Bakunin, un revolucionario, pero de signo anarquista, con el que mantendría grandes diferencias ideológicas. En 1849, se instaló en Londres, donde escribiría sus obras más importantes y donde permanecería el resto de su vida, colaborando con organizaciones revolucionarias y apoyando la formación de la Primera Internacional, una organización que pretendía hacer realidad el famoso lema marxista: Trabajadores de todo el mundo, uníos.
La aportación más original del pensamiento de Marx es el materialismo histórico, es decir, la suposición de que la economía ha sido la fuerza determinante en el desarrollo de la historia. El modo de producción de bienes de una sociedad determina el resto de las estructuras sociales, políticas, espirituales y artísticas. Los pueblos han ido evolucionando según las reglas de la dialéctica (aquí observamos la influencia de Hegel) y cada período —esclavitud, feudalismo o capitalismo — ha sido sustituido y luego superado por otro. El siguiente período, que superaría al capitalismo, supondría el triunfo de la clase trabajadora. Esto llevaría consigo el cambio de todas las estructuras y, de este modo, sobrevendría una sociedad sin clases, con lo que se habría conseguido llegar hasta la consecución de la libertad, objeto de la historia.
Las teorías de Marx inspiraron la Revolución Rusa, que acabó con el régimen de los zares e implantó un nuevo sistema político que intentó llevar a la práctica los ideales marxistas.