La nieve que cae en el llano no tiene una vida demasiado larga. En nuestras latitudes, incluso en las zonas más frías, se funde con la llegada de los primeros calores primaverales. Tarda algo más en las alturas, pero acaba desapareciendo también, lo más tarde en mayo. Existen sin embargo algunos lugares en los que ni el sol estival consigue hacerla desaparecer por completo: en la cordillera alpina, por ejemplo, esto se produce más allá de los 3.000 metros de altitud.
Dicha cota es definida por los geógrafos como el límite de las nieves perpetuas. En otros lugares de la Tierra, dicho límite se halla situado más arriba o más abajo: en los Trópicos, por ejemplo, corresponde a 5.500 metros, mientras que en los polos coincide con el nivel del mar. Si toda la nieve que cae siguiera acumulándose un invierno tras otro, a estas horas ya habría tanta que se hubiesen cubierto y nivelado todas -las cumbres de las montañas. Pero no ocurre tal cosa: la nieve sólo se detiene en grandes cantidades en las cuencas y depresiones. Cuando cae es blanda y ligera (un metro cúbico pesa 75 kilos), pero poco a poco la presión la convierte en dura y vítrea, alcanzando un peso de 900 kilos por metro cúbico. Todas las cadenas montañosas del mundo están consteladas de estos grandes depósitos. Cuando la nieve endurecida encuentra un paso, supera el borde de la cuenca y, con lentitud secular, comienza a descender. Este es el origen del glaciar.